Sosegado. Es la primera palabra que se me viene a la mente al leer “El libro blanco” de David Escobar Galindo.
El libro es una colección de breves narraciones que se publicaron en La Prensa Gráfica entre 1989 y 1997, todas con la fecha de la primera vez que vieron la luz al pie de la página. El volumen tiene dos partes, la primera contiene prosas más cortas y la segunda prosas un poco más largas; aunque todas llevan el sentido y la intención de la síntesis. Muchas de ellas tienen un carácter filosófico y en casi todas se percibe la mano no sólo del narrador, sino del poeta. Los temas son disímiles, muy variados, algunos poseen una inflexión íntima, otros nos hablan de la manera de ser de los salvadoreños; sin embargo todos nos conducen a la reflexión.
El tono sereno y conciliador de “El libro blanco” de David Escobar Galindo nos revela la naturaleza pacífica del escritor. Sus escritos inspiran tolerancia, una actitud frente a la vida que nos está haciendo mucha falta en El Salvador. No la tolerancia a la injusticia ni a la corrupción; sino la paciencia y el respeto a las ideas diversas de los demás.
Me gustan muchas de las lecturas como por ejemplo: “La promesa de renacer”, “milagro de la ventana”, “El lago nocturno”, “El filósofo”, “Parábola del instinto”, “El espejo de tres caras”, “El círculo perpetuo”, Elogio de la tolerancia”, “El águila”, “Iluminaciones”, “El enemigo gratuito”, “El poema favorito”, “La novela favorita”, “Alguna vez todos necesitamos de Alfredo” y “Los seres inolvidables”, entre otras. Una de mis favoritas es la siguiente, escrita el 10 de febrero de 1994:
“ELOGIO DE LA ABUELA”
“Yo, como todo el mundo, tuve dos abuelas. Con ellas, la vida me concedió el extraño y prematuro privilegio de conocer el más hiriente desapego y el amor más dulce y abrigador. No voy a hablar ahora de mi abuela amarga. Pero sí quisiera dedicarles estas líneas a mi abuela dulce, cuyo recuerdo es una flor que se duerme por las noches y despierta lozana cuando amanece. Tener una abuela dulce es un don de Dios. Alguna gente me pregunta por qué soy un hombre pacífico. Yo respondo con alguna frase, pero la verdad es que soy pacífico porque vi siempre en doña Lillian esa rara virtud de la energía sin prepotencia, de la disciplina sin violencia, del esfuerzo sin codicia, de la elegancia sin vanidad.
“No escuché de ella jamás un grito de ira, ni una queja por resentimiento. Y eso que la vida no le fue fácil. Tuvo que trabajar siempre, desde la madrugada hasta la noche, preparando o dando clases de inglés. Y lo siguió haciendo, aún cuando su hijo Reynaldo fue gobernante y luego ministro. Nunca se dejó ni siquiera tocar por el alocado remolino de la vanidad.. Ya podría servir de ejemplo su conducta, si ella misma no rechazara, con espontánea sencillez, hasta la posibilidad de servir de ejemplo. El trabajo y la naturalidad: sus grandes enseñanzas prácticas. ¿Cómo podría yo olvidarlas sin negarla a ella, sin negarme a mí mismo? Y además, esa dulzura contenida, esa diligencia sin reservas, esa salud permanente del alma, que la hacía más fragante que el jabón Reuter.
“De ella aprendí todo lo que sé en la asignatura más importante de la vida: el amor al prójimo. Sin devociones aparentes, sin genuflexiones vanas, sin fanatismos hipócritas, ella me enseñó, cada día, con hechos, lo que es se cristiano.”
“El libro blanco” fue publicado por primera vez en 1997 y en este año de 2009 se ha realizado una segunda edición aumentada.
Un libro reflexivo, lleno de sabiduría que tranquiliza el espíritu.
Texto:
Óscar Perdomo León
Fotografía extraída de la portada de “El libro blanco”.