DOS CRONIQUITAS de Carlos Bautista


Un par de veces he tenido invitados a escribir en mi blog. Esta vez les presento dos interesantes anécdotas de Carlos Bautista, que llegaron a mis manos después que Carlos leyera mi nota en esta misma bitácora sobre su programa de radio ALL THAT JAZZ.

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31 de octubre de 2009.

Hola Oscar muchas gracias por tu nota sobre ALL THAT JAZZ y, sobre todo, por escuchar siempre el programa. Últimamente no he grabado, pero dentro de poco tendré novedades.

Como muestra de amistad, te adjunto un par de «croniquitas» que escribí hace un tiempo, que más bien son recuerdos de niñez.

Un abrazo.

Carlos.

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04 de noviembre de 2009.

Estimado Carlos, te agradezco que me hayás enviado esas breves memorias de tu niñez, “Tica man” y “El Zaz II”. Quiero decirte que me gustaron mucho las dos. Me sentí especialmente identificado con “Tica man”, porque de niño yo jugué muchas veces ese juego de vaqueros y un par de veces fui “el tipo”; leyéndolo volvieron muchas evocaciones a mi mente. Con “El Zaz II” me identifiqué un poco, porque de niño fui un gran aficionado a “Titanes en el ring”, el programa de lucha libre argentino; pero nunca tuve contacto directo con la lucha libre salvadoreña, te lo confieso.

Tus anécdotas están muy bien escritas, son divertidas y por momentos le tocan a uno el corazón. Muchas gracias por compartir esos recuerdos conmigo. De verdad que me gustaría publicarlas en mi blog y quisiera saber si estás de acuerdo. ¿Me das permiso de publicar tus dos escritos en LA CASA DE ÓSCAR PERDOMO LEÓN? Ya he publicado en ese espacio del ciberespacio a otros invitados.

Un abrazo sincero.

Óscar.

Posta data: Sería interesante también leer sobre cuando tu papá regresó a casa con Aniceto.


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04 de noviembre de 2009.

Hola Oscar, muchas gracias por tus comentarios y claro que podés publicarlos, gracias.
Mi papá era un gran bohemio y cantante de ópera (y de boleros) aficionado, así que por mi casa desfilaron un montón de bolos «célebres», pero eso ameritaría otro cuentecito que, por ahora, te debo.

Salú.
Carlos.

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A continuación, las dos “Croniquitas” «Tica man» y «El Zaz II», de Carlos Bautista.

“¡TICA MAN!”

El que no levantaba los brazos y ponía cara de “me cayeron” al escuchar esta orden, era un marciano. O nunca había visto una película de vaqueros. Mucho menos había “jugado de vaqueros“.

La orden venía en el más puro inglés aprendido en las películas y significaba:¡Manos arriba! El capturado podía llevar el inglés a su máxima expresión y contestar: “¿Guatsamaral yu?”

En mi niñez no había powerangers, pokemones ni hombrearañas. Los héroes eran de carne y hueso, hablaban en inglés y eran muy diferentes a los de hoy. En primer lugar, el héroe era bueno, no como hoy que no se atina, y en segundo, no era “el héroe”, era “El Tipo”.

A nadie se le iba a ocurrir, al momento de organizar el juego y repartir roles, decir: “¡Yo soy el héroe!”; semejante pipianada sonaba ridícula. Imagínense como quedaría actualmente decirle a alguien “Vos sólo de héroe te la querés llevar” o exclamar: “¡El héroe nunca muere!”. No, era el Tipo y punto.

Su procedencia era netamente cinematográfica. El Tipo por excelencia protagonizaba las películas de vaqueros (no cow boys, por favor). ¿Cómo era? Bien tipo.

Para comenzar usaba sombrero blanco. El resto de la vestimenta podía variar, desde los bluyines y camisita metida bien limpita, de John Wayne o Audie Murphy, con una sola pistola; hasta el traje de vaquero de un sólo color, con unas cintitas de cuero que adornaban la camisa, botas federicas con puntas de plata y dos pistolas en sus respectivas cartucheras, también con adornos de plata. Este era el uniforme de los “vaqueros cantantes” como Dick Foran o Roy Rogers, que montaban unos caballos blancos espectaculares, tan llenos de adornos como su dueño.

Mi primo era seguidor de Dick Foran y lo mencionaba a cada rato. Como yo no sabía bien quién era, le pregunté “¿Cuál es ése?” y me aclaró: “El que canta Guameri”. El inglés no era un problema para nosotros.

A todos los unía un detalle: se podían agarrar a cachimbazos con 20 bandidos, caer del caballo o tirarse a un precipicio, pero jamás de los jamases se despeinaban, mucho menos se ensuciaban la ropa; medio se sacudían y ya.

Otro detalle común es que el Tipo tenía un compañero de aventuras, casi siempre llamado Billy. Era el que le hacía mandados, orejeaba o aguantaba cachimbeadas. Medio tonto y divertido, a veces, de puro chiripazo, terminaba salvando al Tipo. Y al final, se quedaba con la amiga de la novia del Tipo (Medio babosa también).

Algunas películas las veíamos en el cine, pero la mayoría en televisión; no eran dobladas al español, sino subtituladas, y como no sabíamos leer bien, entendíamos a nuestro modo.

Por suerte, todas las que pasaban por televisión mi papá ya las había visto en el cine y me ayudaba a entenderlas. Por ejemplo, cuando yo no atinaba qué le había dicho el bandido al Tipo mientras lo encañonaba, le preguntaba “¿Qué le dijo, papá?” y él me respondía: “Que tiene car’e culo”. Mi papá tampoco tenía problemas con el inglés.

Además de las películas, había también series de vaqueros en televisión. En éstas, había un Tipo que se salía del guacal en cuanto a vestimenta: El Jinete de la Pradera, que usaba traje tipo indio, con flequillos, y calzaba unos mocasines que se veían bien ricos. Su mayor gracia era la agilidad con que saltaba para subirse al caballo.

Otro distinto era Randall el Justiciero, que en lugar de pistola usaba una escopeta recortada calibre 12, que soltaba unos grandes “mameyazos”.

También estaba El Hombre del Rifle, quien se pasaba todo el programa aguantando lo que cayera: provocaciones, humillaciones y hasta golpes, pero al final sacaba el rifle y ¡Pum, pum! ponía las cosas en su puesto y después se iba todo serio para su casa. Lucas Mc Key se llamaba y su nombre fue usado en nuestro medio como sinónimo de “loco” durante mucho tiempo.

Volviendo al juego de vaqueros, la mayor dificultad era elegir quién sería El Tipo. Todos queríamos serlo, pero sólo había cupo para uno, mientras que para bandidos sobraban. Esto dio lugar a una regla tácita: El Tipo sería el que tuviera la pistola más chiva.

Le seguían el jefe de los bandidos, los otros buenos y el marón de bandidos, que podían usar hasta un palo como pistola. A veces el papel de malos lo jugaban los indios, con arcos y flechas imaginarios, que hablaban “en indio”, por ejemplo: “Tú – no -cer -nada -mí – sino – yo -matar- usté” (Frase registrada por Güicho Martínez).

Para los argumentos del juego no había problemas, nos fusilábamos el de alguna serie o película como base y lo demás surgía en el camino. Lo bueno eran los cambios imprevistos. Podía pasar que alguno se aburriera de ser malo y pedía cambiar de bando; ocurría también que se incorporaba otro con una pistola más chiva y ese sí era un problema: ¿Cambiábamos de Tipo? ¿Y qué pasaba con el tipo anterior? Después de una buena deliberación, con pleito incluido, se tomaba una decisión salomónica: Nombrábamos Sheriff a uno de los dos.

Ahora bien, todo podía descalabrarse cuando aparecía la mamá del Tipo y lo mandaba a hacer los deberes o, lo más humillante, a la tienda; inmediatamente, aunque se reincorporara al juego, perdía su categoría de Tipo.

Había Tipos en todas las películas que veíamos: de guerra, detectives, extraterrestres y hasta en las románticas; pero el auténtico Tipo era vaquero.

Quiero agregar que esto es un pequeño homenaje a un actor cuyo nombre se perdió en el tiempo, pero que era infaltable en las viejas películas de vaqueros, esas con diligencias, chicas de Saloon y bandidos con pañuelo en la cara: Cucharita.

Los verdaderos conocedores saben de quién hablo; los que no lo son, se lo perdieron.

Texto:

Carlos Bautista

Fotografías extraídas de: http://images.google.com.sv/images?hl=es&source=hp&q=cowboys&lr=&um=1&ie=UTF-8&ei=FeHxSvWgDIKf8AatxMWDCQ&sa=X&oi=image_result_group&ct=title&resnum=16&ved=0CFEQsAQwDw

EL ZAZ II

Para todos los bichos fue una conmoción, por dos razones: Una, que se apellidaba Mármol, como Pablo, y dos, que era luchador. No podíamos creer que teníamos ante nosotros a uno de esos seres increíbles que volaban desde la tercera cuerda, lanzaban patadas voladoras y salían en televisión.

Ramón Mármol se llamaba, Zas II su nombre de guerra, y era un albañil que iba a levantar unos muros en mi casa. Durante el tiempo que duró su trabajo, se convirtió en nuestro ídolo. Le hacíamos rueda para que nos contara acerca de peleas, nos enseñara “llaves” y nos hablara acerca de luchadores internacionales como El Santo, Huracán Ramírez o Blue Demon.

Eran los años sesenta, aún había cierta magia ingenua que nos permitía tomar en serio cosas como la Lucha Libre o todo lo que veíamos en televisión. Así que cuando algo de esta magia tocaba nuestra realidad, era un hecho memorable. Ni les cuento de la vez que, a las tantas de la madrugada, mi papá regresó de su parranda de los viernes acompañado de Aniceto Porsisoca.

Volviendo a la lucha libre, en estos tiempos globalizados donde la inocencia no cabe ni siquiera en los muñequitos (perdón, cartoons), no se entendería por qué estos personajes que en la vida cotidiana ejercían oficios como motoristas, albañiles, zapateros o que incluso jugaban de verdad a los policías y ladrones, podían concentrar la atención de buena parte de la población; hay que haberlo vivido. A propósito de las dos últimas profesiones, se sabía que luchadores como “El Apache” eran judiciales (de los que aplicaban “la capucha” y otras sutilezas), mientras que otros como “El Mongol” eran rateros; por eso, cuando se anunciaba su retorno después de una “exitosa gira por Asia o Suramérica”, uno debía deducir que el tipo había pasado su temporada en “el bote”.

Miguelito Álvarez comentaba por televisión los emocionantes combates que se desarrollaban en la Arena Metropolitana, del Barrio Concepción. Era un veterano narrador proveniente del fútbol y muy educado, salvo la vez que se emocionó y dijo que “¡… el Bucanero le acaba de pegar un rodillazo en los güevos a La Sombra…! “

Los luchadores se dividían en Limpios y Rudos. Estos últimos eran los odiados y uno debía identificarse con los limpios como El Olímpico, La Sombra o El Aguila Migueleña.

Sin embargo, los que encendían al público con su talento histriónico eran los rudos. Dramáticos, ladinos y traidores, casi siempre perdían, pero no podías odiarlos del todo. El Apache, por ejemplo, era divertidísimo. Interactuaba con el público, como los payasos del circo, llegando incluso a agarrarse a puteadas con la gente.

Una vez mi papá me llevó a la Metropolitana, a ring side y El Apache ganó. Salió eufórico del ring; a mí me dio la mano y a un mudito que estaba a mi lado le quitó su gorra, le dio un beso en la frente, se puso la gorra y se fue.

Caso aparte eran los extranjeros como Gori Casanova, con su pelo largo teñido, inusual para la época, que pertenecían al rubro de los exóticos. Recuerdo a un español llamado El Lobo de Galicia, que subía al ring acompañado de un perro lobo, al cual encadenaba en su rincón, donde se refugiaba cuando se lo estaban sonando, pues el animal sacaba corriendo a quien se acercara por allí y ni modo, nadie le ganaba al tal Lobo de Galicia. Eso hasta que entre El Mongol y El Bucanero le quebraron las patas al chucho y ya no hubo tales de invencible.

Uno tenía sus favoritos, por ejemplo El Águila Migueleña, cuya muerte ocupó los periódicos de la época. Oficialmente se dijo que murió jugando a la ruleta rusa, pero la vox populi decía que lo mataron entre El Apache y otro que también pertenecía a la temible SIC.

Pero el favorito-favorito de todos fue, sin duda, The Tempest. Era un enmascarado volador, venido quién sabe de dónde, dueño de una elasticidad increíble, que se lanzaba en tope mortal desde la tercera cuerda al ring side y que además “podía Karate”.

A partir de su debut, todos queríamos ser “Di tempes” en nuestros juegos, lanzando topes y patadas voladoras. Yo me estrellé contra una pared de mi dormitorio cuando me lancé en Tope Mortal desde el segundo tramo del closet a la cama y mi primo cobarde se apartó.

Había otros que agregaban detalles pintorescos como Kaly Valdés, cuya suegra agarraba a sombrillazos a sus rivales (Algunos dicen que sacaba una “col‘egallo).

Para terminar, debo explicar que estos recuerdos se han activado cuando me enteré de la muerte de Chito, un vecino de la época y “compañero de luchas”.

Habrá que agregar que de Zaz II no volví a saber. En realidad, nunca fue luchador estelar ni conoció la fama de la televisión. Era parte de una “troupe” de luchadores sin cartel, algo así como la Liga B de la Lucha Libre, que se presentaban en las escuelas, casas comunales o predios municipales de cualquier pueblo, cantón o barrio; así que sus 15 minutos de gloria seguramente los vivió rodeado de un grupo de monos que lo escuchaban con ojos asombrados, orgullosos de ser sus amigos.

Y además, era un buenazo.

Texto:

Carlos Bautista

Fotografías tomadas por Juan Quintero, extraídas de su blog “El Salvador Foto”: http://elsalvadorfoto.blogspot.com/2009/05/lucha-libre-arena-triple-c.html