Las luces de San Salvador
Hubo una época de la vida de mi amigo Alfa en que siempre se hacía acompañar en cada salida parrandera de mi amigo Beta. No sé por qué, pero cada vez que salían juntos acababan en algún lugar extraño o en alguna circunstancia interesante. Generalmente se dirigían sin rumbo y esto le daba a sus aventuras el toque especial de la sorpresa, como una vez en que ellos iban en su vehículo entre las redes de San Salvador…
Historia 1
Cerca de la Universidad Nacional se encontraron con un par de chicas universitarias y simplemente mi amigo Beta, que iba manejando, redujo la velocidad, se acercó a ellas y les dijo: “¿No quieren ir a dar una vuelta?”. Y ellas sólo se miraron, la una a la otra, les sonrieron y en un segundo estaban dentro del automotor. Lo que pasó después a veces me parece irreal, pero de veras pasó. Las chicas y mi amigos Alfa y Beta encontraron refugio en un restaurante del Puerto de La Libertad tomando cerveza y comiendo cocteles de mariscos. Pero hasta aquí la historia no tiene nada fuera de lo común. Lo extraño fue que acercándose la tarde los cuatro, ya un poco entonados con la bebida de malta, terminaron en un cuarto de motel abrazándose -cada quien con su pareja- y confesándose intimidades. Y la chica que abrazaba a mi amigo Beta dijo: “Mi novio es el doctor YY” (lo llamaré así por motivos obvios, como también lo he hecho con mis dos amigos). Alfa y Beta se sorprendieron porque el colega, al que se refería ella, era un conocido de ellos. Y su reacción fue tan evidente que ahí se detuvo todo lo que teóricamente pudiera haber continuado.
Pero este no es el final. La chica, “amarrando su chucho a tiempo”, como diríamos en buen salvadoreño, le contó a su novio lo que había pasado (supongo que en una versión que ella creyó apropiada para ella misma) y al día siguiente, mientras los amigos de la aventura y la juerga desayunaban, el doctor YY se acercó a ellos y cayó de inmediato el reclamo sobre mi amigo Beta, algo que no se esperaban ninguno de los dos para nada. La discusión fue breve pero intensa. Por suerte nuestro colega, el doctor YY, que con razón se sentía traicionado, se calmó y entendió que ellos no sabían nada de la relación que él mantenía con la imprudente y alegre muchacha y la cosa no pasó a más.
Puerto de La Libertad
Historia 2
Habían sido invitados, mi amigos Alfa y Beta, a una conferencia que daría el Ministro de Salud de no sé qué época de los gobiernos areneros, y para no escuchar la exposición burocrático-gubernamental, que seguramente iba a ser aburrida, trataron de llegar una hora tarde, es decir, cuando la conferencia estuviera casi llegando a su final y estuviera a punto de habilitarse el bar. Pero no contaban ellos –en realidad no sé por qué si es vergonzosamente de lo más natural en nuestro país- con la impuntualidad del ponente y de los demás invitados, y entonces el acto inició una hora después de lo programado. Mis amigos Alfa y Beta tuvieron que escuchar a regañadientes las fastidiosas cifras y los supuestos “logros” de la gestión salubrista. Pero todo tiene un final y por fin abrieron el bar y empezaron a degustar las bebidas. Un laboratorio farmacéutico rifó una botella de whisky y el afortunado en ganarla fue mi amigo Alfa.
Deténganse aquí y respiren profundo, porque es aquí donde empieza lo interesante e inesperado: ahí mismo se encontraron con una vieja colega de la Facultad de Medicina, muy bonita por cierto, y la invitaron a continuar la fiesta –para entonces ya estaban celebrando- en una casa de un primo de Alfa, cerca de la colonia Santa Elena, que generalmente se encontraba vacía. La linda colega, pues, los acompañó y cuando ya casi llevaban la botella a la mitad, se enfrascaron en un apasionado trío sexual, muy exitoso por cierto. Lo extraño fue que por la mañana, al despertar Alfa y Beta, la bella colega, junto con sus exuberantes pechos y sus grandes ojos negros, ya no estaba en la cama. Y mis amigos Alfa y Beta estaban tiernamente abrazados.
Texto y fotografías:
Óscar Perdomo León