
Pienso que para los escritores de canciones, hacer una es como realizar un boceto, porque una vez terminada (por supuesto, ya con su melodía, ritmo, armonía y letra completas), se necesita buscar un buen arreglista, unos buenos músicos y un buen cantante, para poder grabarla. Es un trabajo de equipo, como en el teatro o en el cine.
Es decir, aunque empieza como una labor de meditación y creatividad en solitario, al final es una cuestión de colaboración, de colectividad, como en la mayoría de todas las cosas buenas.
Como escritor aficionado de canciones, que es mi caso, empezar a escribir una canción es algo así como sumergirme en un lago de aguas poco transparentes, casi oscuras. Al principio no veo nada y es un misterio qué camino tomaré. Sólo siento que debo entrar y estar en esas aguas, atraído por una fuerza inevitable. El disparo de inicio de esa carrera de sumersión, puede ser un acorde en la guitarra que me parece bonito o una palabra que me suena mágica. Es algo difícil de explicar. Suelo avanzar, la mayoría de veces, haciendo simultáneamente ambas cosas, la música y la letra.
Bueno, después de esta breve reflexión sobre hacer una canción, les cuento que en estos próximos días saldrán a la luz (lo escribo con alegría), dos canciones que escribí hace poco, las cuales son muy desiguales, pero de la misma manera muy queridas para mí, porque es como si tuviera dos nuevas hijas. Una se llama «Gente» y la otra, «El tiempo y la soledad», ambas cantadas magistralmente por Karla González.

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