COMO VIVÍ LA BEATIFICACIÓN DE NUESTRO SAN ROMERO DE AMÉRICA. Crónica escrita por Eunice Echeverría

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Para ser sincera, nunca he sido muy dada a cosas de la Iglesia, soy católica, pues ha sido en esta religión en la que me he criado y nunca he sentido necesidad de buscar otra, pues considero que el sentido de la vida nos lo da la manera de concebir la vida misma, y no una religión en particular; además, me siento cómoda siendo socialmente católica.

Los primeros recuerdos religiosos que tengo son los de mi abuela pidiéndole a Dios por sus hijos y toda su descendencia —rezando con el rosario en manos—; también, de una figura a colores de la Virgen de Guadalupe que me regalo mi tía Lucila, de esas que al moverla y dependiendo de la luz que le llegase, proyectaba tanto a la Virgen como a San Juan Diego. Yo estaba fascinada y la historia de la Virgen del Tepeyac, contada por mi tía, me ha acompañado hasta hoy.

Cuando desde Sensuntepeque viaje a vivir a San Salvador para estudiar en la capital, mi madre me inscribió en el Colegio Guadalupano, corría el año de 1977 y teníamos ya los preparativos para celebrar el Día de la Madre, cuando de repente se suspende el acto, habían asesinado al padre Alfonso Navarro Oviedo, en la iglesia de la colonia Miramonte y las monjas estaban consternadas, “como estar en celebraciones con tantas muertes”, fue lo que nos dijo una de ellas, no recuerdo su nombre, se me perdió como tantos otros.

Poco a poco fui conociendo a monseñor Romero, lo vi una vez en el Colegio Sagrado Corazón. Luego por su legado,  al escucharlo y leer sus homilías; así como, conocer testimonios de personas que tuvieron la fortuna de conocerlo y de tratarlo.  Si bien, no voy a misas frecuentemente, pero si voy en marzo a la procesión de La Luz que organiza la Fundación Monseñor Romero desde hace ya 15 años y luego a la misa en recuerdo a nuestro hoy beato Romero —con mucha fe y  por pedirle cosas que las madres siempre pedimos—.

Comencé mis preparativos para asistir a la beatificación, precisamente el 24 de marzo, durante la misa en catedral, ya que el papa Francisco había reconocido el martirio por odio a la fe, que sufriese monseñor Romero.

Junto a Jenny Menjívar y Gabriel Cerén armamos el viaje al monumento al Divino Salvador del Mundo, nos propusimos asistir a la vigilia del viernes 22 de mayo y poder así lograr un buen puesto, ya que sabíamos que el lugar y los contornos se llenarían, y no queríamos estar apretujados.  Trate de dormir un rato el viernes por la tarde —antes de que Jenny llegase por mí—, pero no pude, el calor ambiental previo a la tormenta de las 4:30 pm, me lo impidió.

Entonces, me dedique a armar el “tambache”, Mi madre y Romeo Luna —mi gato—,  veían que cada vez se hacía más grande el bulto. Por las miradas de Maura —mi progenitora—  intuí sus palabras  ¡Y cuántos días vas a pasar en esa plaza!

No era para menos, el bulto estaba compuesto por una silla de lona, chumpa impermeable, frazada, calcetines, gorro de lana, visera, pantalón, desodorante, lámpara de mano, medicinas, termo con café, manzanas, mandarinas, agua y dulces. Ahhhh… y mi hamaca.

Llegamos en carro hasta el super Selectos de la Olímpica, abajo de la Auxiliadora, de ahí al monumento —una cuadra nomás—.  Jenny no se quedaba atrás,  también iba bien aperada con dos sillas de lona, tienda de campaña, café, pan dulce, impermeables, sandalias, frazada, bufanda y una sombrilla.

Inicialmente colocamos la tienda de campaña en la acera frente a la torre de Telefónica, pero inicio una garuvita de agua y vimos que varias personas se metían a protegerse en el predio de la empresa de telefonía —cosa que imitamos—.  Ya armado nuestro frente y protegidas de la lluvia,  como a eso de las 6:30 pm, nos dispusimos a tomar el primer café de la noche. Minutos más tarde se nos unió Gabriel,  quien venía desde Ahuachapán.

Al terminar de bebernos el cafecito, dispusimos ir a la misa de la vigilia, pero ¿quién se quedaría a cuidar el maletero?  Así que lo tiramos a la suerte, a la cara o corona; piedra, papel o tijera, nada funcionaba, pues los tres queríamos ir a la misa.

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Pishhh Gabriel  ¿Por qué no le dice a la Señora que si nos cuida las cosas y que le dejamos una silla para que descanse? Vaya pues….  dice que sí, que ella estará pendiente de todo.  Chumpa impermeable y cangurera puestas, caminamos hasta el sitio destinado a la misa, logramos quedarnos a un costado del centro comercial La Campana, y todo bien, ya no llovía.

Al terminar voy a ir a ver donde ponemos la hamaca, pensé, pero ese pensamiento no duro mucho, pues de repente San Pedro decidió abrir los chorros celestiales y una abundante lluvia nos cubrió, y para mis pesares, la chumpa impermeable no era impermeable, al cabo de un rato estaba toda mojada, durante la misa llovió y fuerte, así que tuve que iniciar la búsqueda de una camiseta, no cualquiera, una que me gustara, pues no era solo por cambiarme y tener ropa seca, no, no, no.

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Luego de comprar la camiseta de mí gusto y haber cenado un par de pupusas con un chocolate caliente, me cambie, cambie mis calcetines y me coloque unas bolsas plásticas para no mojar este nuevo par. Salí a comprar unos libros al puesto que la UCA tenía en la acera, frente a nuestro sitio de “descanso” y me dispuse a leer un rato, más café y pan dulce, una manzanita y agua.

La plaza que alberga al monumento al Divino Salvador del Mundo estaba verdaderamente alegre, personas de distintas edades provenientes de todo el país y visitantes extranjeros comenzaban a llenarla; música, cantos, bailes, colocación de pancartas, de tiendas de campaña,  ayudaron a disfrutar la noche y a que pasará pronto.

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A las 4:30 am, aun había una lluvia suave,  los primeros rayos de sol del sábado 23 de mayo, despidieron la lluvia y comenzó una nueva algarabilla, se acercaba la hora del acto de beatificación de nuestro San Romero de América, sí… San Romero de América, Santo desde hace muchos años, Santo por el pueblo, su pueblo.

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Luego de desayunar, desarmar el campamento, nos instalamos bajo las palmeras que nos protegieron del sol durante toda la beatificación, sitio que nos permitió una buena vista del templete. La animación previa al acto, fue bonita, música para Monseñor, esa que nuestros artistas le han dedicado a lo largo de 35 años,  fueron cantadas, y para ponernos en sintonía el padre José María Tojeira, explicó porqué monseñor Romero se beatifica como mártir por odio a la fe.

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Luego de los tres llamados de campanas inicia el tan esperado acto, solemne, con cinco cardenales y un montón curas de todas partes y,  entre ellos, monseñor Ricardo Urioste y  monseñor Gregorio Rosa Chávez, los principales, los que no podían faltar.

“Sin sombrillas, sin sombrillas, sin sombrillas” comenzó a escucharse entre los asistentes, ya que por el fuerte sol se habían abierto, sin quererlo fueron apagándose poco a poco de entre el público y los aplausos cuando se cerraba alguno se escuchaban por  todo el lugar. Claro las sombrillas ocultaban las pantallas y el templete; aunque  luego de una hora volvieron a abrirse y colorear plaza y calles.

No podían faltar las fotos al halo solar, maravilla natural que acompañó  el acto de beatificación de San Romero, y con el cual la madre naturaleza se unió al júbilo colectivo que vivíamos en esos momentos.

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El sonido fue impecable, y el coro fue una maravilla de voces, me hubiese gustado escucharles cantar  “Canción para un mártir”, pero bueno, espero un milagro de nuestro beato y el cambio de la actual jerarquía católica salvadoreña y que se acerque más al pueblo de San Romero de América, del Mundo.

Ya cerca del medio día, luego de casi dos horas, comencé a sentir hambre y sed, no había bebido agua para no tener que salir, pues cómo, si no se podía caminar entre tanta gente, y la reacción de mis “tripas” cuando cayó en ellas la ostia fue para recordarme una vez más que ya era hora del almuerzo; así entre risas,  di gracias a Dios y a mi San Romero por haberme permitido estar ahí, de ser parte de esas 500 mil almas. Mis tres peticiones: cuida y protege al amor de mi vida —Laura—; a mi madre, familia y amigos; ayúdame a ser mejor persona cada día.

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Al regresar a casa, luego de bañarme,  sentí deseos de ir a la cripta en catedral, pero caí en las garras de la hamaca y desperté en la noche; la visita la realice el domingo y aproveche el viaje para ir a la Casa Museo en el Hospital La Divina Providencia, cerrando con broche de oro este fin de semana especial.

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Escrito por

Eunice Echeverría

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PEDRO INFANTE. LAS LEYES DEL QUERER. Un libro de Carlos Monsiváis

«Pedro Infante. Las leyes del querer», es un libro fascinante. La entrada es explosiva con la noticia de la muerte del actor y cantante Pedro Infante y la descripción de su sepelio. ¿Cómo entender la magnitud del dolor de todo un pueblo mexicano y, para ser más preciso, latinoamericano que acaba de perder a su ídolo cinematográfico? Su autor, Carlos Monsiváis, nos conduce con verdadera habilidad en el mundo interno y externo del público de aquellos días de mediados del siglo XX.

En el libro, que es una crónica-ensayo, se revisa la calidad interpretativa de Pedro Infante, como cantante y como actor. Mucha de su filmografía es analizada con objetividad, aunque no cronológicamente. Su voz, que en un principio no tenía tanta fuerza y que intentaba cantar versiones en español de canciones gringas, fue creciendo con los años al interpretar rancheras, boleros rancheros y otros estilos populares a los que imprimía una emoción genuina. Así, los aciertos y desaciertos artísticos de Infante salen a la luz a través de la pluma de Monsiváis.

También se hace notar la importancia de la relación de trabajo entre el director y guionista Ismael Rodríguez e Infante. Algunos de los trabajos que realizaron juntos los elevaron a ambos a un lugar muy alto en la historia de la cinematografía mexicana, especialmente cuando hicieron melodramas.

También se hallan en el libro anécdotas interesantes de su vida personal, de sus relaciones sentimentales con las mujeres que amó, su amor por su madre y su padre, su manera de comportarse detrás de la cámara, su amistad con otros artistas de la época, etc.

La agudeza de Carlos Monsiváis está en no sólo comprender la grandeza de Pedro Infante, sino en mirar más allá de la superficialidad, mostrándonos a un ser humano que fue una estrella y un hombre común y corriente, muy mexicano, alegre, triste, vivaz, inteligente, con la habilidad histriónica y el valor para arriesgarse a cambiar de personaje en una y otra película.

La lectura de este libro es muy entretenida. La prosa parece nunca acabársela a Monsiváis.

Texto:

Óscar Perdomo León

Vídeo relacionado: PEDRO INFANTE. LAS LAYES DEL QUERER. CARLOS MONSIVÁIS.

EL ESCARABAJO AZUL

Este día tengo nuevamente como invitado al chileno Rodolfo de los Reyes, quien nos trae una interesante historia sobre uno de los tipos de automóviles más famoso.
Gracias, Rodolfo, por tu colaboración.

Sin ser un experto en automóviles o maquinarias motorizadas en todas sus versiones, por el contrario siempre he preferido por ejemplo la silenciosa bicicleta a la ruidosa motocicleta; desde niño tuve una especial y curiosa atracción por los Volkswagen modelo escarabajo, no sé si porque en mi ingenua niñez, para aniquilar el tedio de las tardes, solía ver enteras las películas de la Segunda Guerra Mundial, que nuestra entonces censurada televisión, pasaba como si fueran las únicas películas hechas en el mundo. Así como siempre me gustó llevar la contraria no simpatizaba para nada con la soldadesca norteamericana, la que se mostraba puerilmente pedestre y oportunista, siendo cautivado por los uniformes, la maquinaria bélica (Tanques Panzer, cañones Berta, motocicletas con carrito, etc.) y la singular mística que mostraban las tropas del Tercer Reich. Obviamente que ignoraba los horrores de sus imprescriptibles crímenes. Y entre todas las cosas que me llamaba la atención estaban esos vehículos, muchas veces ocupados como tanquetas y que andaban en la nieve, atravesaban ríos, subían cerros, etc. cuyo modelo era llamado “escarabajo” tal vez por sus redondeadas formas.

Así el tiempo pasó y nunca dejé de no ver los filmes bélicos de trasnoches, donde en uno de ellos, un soldado Norteamericano era fanático de estos automóviles, y en una operación militar en que capturaban un pueblito europeo cerca de un gran castillo, el soldado americano le arrebataba el escarabajo a la oficialidad alemana y probaba su célebre mito de que flotaban, que son anfibios, en una gigantesca alberca, donde el escarabajo si flotaba como una lancha de asalto de la infantería marina.

El escarabajo, en los caminos precordilleros de Curicó, Chile.

Origen Nacional –Socialista y Símbolo Cultural

No deja de ser curioso que este automóvil tomado como símbolo al igual que las camionetas Kombi, por los hippies y los intelectuales del mundo contracultural, en EE.UU y Europa, en los años sesenta y setenta, haya sido considerado por el tirano Adolfo Hitler, como parte del modelo de desarrollo y progresos social al ser el Wolks (pueblo) Wagen (carro) “El auto del pueblo” alemán en su modelo de desarrollismo nacional–socialista, en lo que fue parte esencial de su política de nivelar la calidad de vida del pueblo alemán, por lo que también el escarabajo se constituyó en símbolo de ese modelo político.

El primero que manejé

Historia política aparte. La primera vez que maneje unos de estos “carros” fue cuando tenía 18 años y mi hermano mayor recién titulado de abogado y casado, compró uno de ellos. Me acuerdo de muchos romances y “carretes” (celebraciones, fiestas, pachangas) vividos en aquel Escarabajo verde-limón, que funcionaba a la perfección, y aceleraba como un formula uno, me acuerdo que en la carretera le sacamos sus140 kilómetrospor hora máximos sin mayor problema.

No obstante desde cuando empecé a comprar vehículos, siempre busqué escarabajos y nunca encontré uno para mí. Tuve Peugeot 504, camionetas Fiat Fiorino (Las camino al cielo), Charades, Monza Chevrolet, Nissan V-16,  etc., pero nunca encontraba un escarabajo. Nadie vendía cuando iba a ver alguno, ya se había vendido.

Al fin encuentro uno

No fue hasta que un conocido me llevó uno a la casa. Era del año 81, estaba un poco afectado, pero mantenía detalles importantes, como diversas piezas cromadas (manillas, espejos, limpia parabrisas, etc.) y originales, las tapas originales, los faros, etc. Yo le arreglé el alternador, le compré neumáticos grandes y le hice un afinamiento y quedó espectacular, dentro de lo que es un auto de 30 años, que se considera ya como una “antigüedad automovilística” y en ese sentido hay que tratarlo como tal, pese a que yo lo he llevado al campo, a la cordillera y hace pocos días protagonicé con él una proeza, que le dio lección a unas cuantas poderosas camionetas Chevrolet 4×4 de las grandes.

La Proeza

Resulta que nuestro célebre paso bajo nivel de calle Colón se anega cada vez que llueve un poco, hasta varios metros de altura se convierte en piscina, con un historial de muchos autos atrapados y ahogamientos por accidente. Bueno el sábado  pasado había llovido un poco y por lo menos había medio metro de agua acumulado, iba rumbo a la Feriade Abastos, y se me vino a la cabeza, las diversas  conversaciones que siempre he sostenido con mi amigo, el poeta y también propietario de un escarabajo pero de los nuevos, que son copias de los antiguos (bueno eso lo digo para molestarlo), José Tomás Labarthe Cardemil, de que “Estos autos son anfibios y flotan”, aceleré evadiendo la barrera de contención y quedé frente a una laguna de 30 metros y por lo menos medio metro o más de profundidad. Al otro lado dos inmensas camionetas chevrolet 4×4, al mando de temerosos terratenientes costinos, no se atrevían a cruzar la “poza” de agua, (Yo tampoco lo hubiera hecho si antes no hubiera observado que cruzó antes un Ford Falcón año 75), rápidamente pensé en altura estamos similares, el motor del escarabajo va atrás bien cerrado, y además ya le hice lavado de motor “a  lo mero macho”  con agua fría a chorros y nada, por lo que si el agua entra no se va a detener, así que adelante, mientras los “viejos” de la camioneta observaban atento a mi resultado,  retomé la marcha en segunda con lentitud, y en pocos segundo gané la otra orilla, con bocinazos de algarabía de autos-testigos, y gritos del público ocasionalmente ubicado en el palco de las veredas y las casas conlindantes, bajé la ventanilla y junto a las bocinas y las manos en alto conla V del triunfo y la victoria, enfrenté al cielo , con la proeza de mi pequeño escarabajo azul, ante las todopoderosas camionetas todo terreno de último año. Lástima que no hubiera registro gráfico y visual de  aquello. Así va un esbozo de “prueba en terreno” para conversar con el poeta José Tomás Labarthe, con quién estamos por fundar el “Club de los escarabajos de la poesía curicana”, narro esto en momentos que Labarthe, anda feliz con su nuevo libro publicado “P”, libro que espero con ansiedad, mientras comparto con ustedes el apego a estas máquinas de un lejano origen germano, que siguen haciendo historia en la cotidiana poesía de cada día.

Texto y fotografías:

Rodolfo de los Reyes

rodolfodelosreyes@yahoo.es

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