ÉRAMOS TRES EN LA MÚSICA

Collage ÉRAMOS TRES

Si pudiera darle un comienzo a esta historia, podría decir que en realidad todo se originó en el año de 1964, período en que nacimos Virgilio, Miguel y yo.

Para entonces Santa Ana, la ciudad en donde nací, era una urbe interesante y viva, colmada de movimientos culturales y sociales, así como también el lugar donde ocurrían las cosas triviales de un pueblito. Déjenme explicarlo mejor, Santa Ana era  –y quizás todavía lo es- la dicotomía desnuda, la realidad cruda e inocente: ahí ocurrían los eventos culturales grandes, como los que acontecían en San Salvador (la ciudad capital), pero de la misma forma se podían vivir los más frívolos, sencillos y deliciosos placeres cotidianos.

Su desarrollo comercial era fuerte y era también el principal de toda la zona occidental de El Salvador. Los habitantes de Ahuachapán, Atiquizaya, Chalchuapa y Turín, por mencionar algunos, veían en Santa Ana la ciudad del progreso, el lugar donde hacer buenos negocios o poner a sus hijos a estudiar, la urbe más parecida a San Salvador, sin llegar a ser asfixiante y acelerada como la capital.

En esa morena cuna santaneca, inmersos entre vientos de cambio y de tradición, nos desarrollamos Miguel, Virgilio y yo, en ese sitio lleno de fuertes costumbres y de novedades que se iban abriendo paso y camino, en un país que soñaba en grande, en un El Salvador pujante de ganas por emerger de la pobreza, pero que en su mismo deseo tenía también, según lo creo yo, clavado el germen del mal, del egoísmo y de la falta de verdadero patriotismo: un país entregado y devorado por las transnacionales y obedeciendo al pie de la letra las órdenes del imperio estadounidense. Un país sin una real independencia, amargado en sus entrañas por la pobreza de la mayoría de sus habitantes, con sus colonias y barrios nutridos por gente paupérrima, que había venido del campo para tratar de sobrevivir en la ciudad. ¡Las migraciones internas de la pobreza!

No todo era desesperanzador. Había también una clase media incipiente, que irrumpía con fuerza y ganando cierto poder adquisitivo, conformada especialmente por profesionales como abogados y médicos, comerciantes y empresarios, que buscaban sobresalir y elevarse a otro peldaño más de la escala social.

Pero la Historia tiene muchas caras y muchos paisajes. Las vertientes de la soledad, de las manchas de la opresión y de la falta de libertad de expresión, inundaban asimismo las calles de ese El Salvador de los años ´60, que hoy parece tan lejano en el tiempo, pero tan cercano en su médula, en sus profundidades colmadas de injusticia social. Al verlo con hondura, El Salvador de aquellos días era con certeza un verdadero caldo de cultivo de la guerra civil que explotaría a principios de los ´80 del siglo pasado.

Sin embargo, Virgilio, Miguel y yo estábamos en una realidad más benévola. Nuestros padres, todos de clase media, nos podían dar lo básico para vivir y desarrollarnos, para disfrutar incluso de ciertas diversiones que ni en sueños podían alcanzar los habitantes de los barrios marginales.

El destino, que puede ser una brisa o una tormenta caprichosa, quiso además que, en aquella ciudad que nos había abrigado como una madre, habitáramos muy cerca los unos de los otros, así que el mismo barrio y las mismas calles de asfalto nos vieron crecer. Desde niños habíamos andado de un lado para otro en los juegos de infantes mocosos. Y así, habíamos recorrido juntos el paso de la infancia a la adolescencia y habíamos seguido juntos el camino de esa flor de la vida: la adultez.

De los tres, sólo Miguel no había nacido en Santa Ana; sino en México, pero a los tres años de edad sus padres (madre mexicana, padre salvadoreño)  se vinieron a El Salvador y se establecieron en «La Ciudad Morena». Los otros dos, Virgilio y yo, habíamos nacido en el mismo hospital, el mismo año y casi a la misma hora, aunque en fechas diferentes.

Había también muchas diferencias entre nosotros. Miguel, por ejemplo, era un madrugador inclemente: amaba los amaneceres y el rocío fresco de la mañana. Yo, en cambio, funcionaba mejor al atardecer y por las noches; era básicamente un noctámbulo que debía trabajar por necesidad por las mañanas; pero sólo me desperezaba de verdad cuando la tarde iba tomando forma, cuando el sol iba buscando el horizonte y la luna empezaba a abrir los ojos. Virgilio, por su lado, era otro noctívago insaciable, pero por razones diferentes; le gustaba la noche porque le brindaba las cosas y las personas que el día no le daba; la noche y la madrugada eran sus amantes, sus doncellas desvirgadas que le ofrecían los placeres de vivir… Eso sí, por las mañanas tenía la cara con las ojeras tan grandes y profundas como si no hubiera dormido en días. Y seguramente que así había sido, porque Virgilio vivía para desvelarse bailando en algún antro con alguna mujer de baja reputación o para trabajar tocando toda la madrugada el bajo eléctrico, su instrumento musical del alma. Sin embargo, esa gran diferencia de percepción de tiempo y horarios entre nosotros, no nos causó nunca ningún problema de unión y amistad.

Miguel tenía cierto encanto: sonrisa fácil y amplia que dejaba ver sus encías; sus modales de un «gentleman inglés» los usaba en especial con las mujeres y la gente mayor. Uno de sus placeres más grandes era cocinar, para lo cual tenía mucho talento. Su conejo con mole y marinado con cerveza, era una verdadera delicia.

Virgilio, por su lado, era alto y delgado; tenía los dientes amarillos de tanto fumar y estigmas grises entre los dedos -índice y medio- (de tanto sujetar los cigarrillos); su presencia siempre traía consigo el olor del tabaco. Virgilio tenía algunas armas que lo defendían de todo: su tenacidad, su manera tan positiva de ver la vida, su amplia sonrisa y su gran sentido del humor. Era “el intelectual”, según pensábamos los otros dos, porque componía mucha más música que nosotros y escribía poemas a granel. Aunque en realidad, referido a la escritura, lo que más le gustaba era escribir novelas, de las cuales tenía ya un par inéditas y otra en estado embrionario.

Como también fuimos compañeros de colegio, de equipos de fútbol y de baloncesto, de juegos y de complicidades, siempre nos mantuvimos desde el principio muy unidos. Si echáramos un vistazo en ese punto exacto de nuestro pasado, nos veríamos delgaduchos y soñadores, vivaces y traviesos, equipados de una gran energía para la vida.

Además teníamos en común nuestro gran amor compartido por la música. Así que cuando llegamos a la adolescencia temprana empezamos, juntos también, a tratar de tocar instrumentos musicales, tropezando con cada nota, buscando la melodía exacta, luchando con cada acorde y adivinando armonías; pero eso sí, sin dejarnos amedrentar por el reto artístico.

¡Ah, la música, la música! Esa diosa entregada y promiscua que nos hechizó desde el principio con su belleza y su misterio. Vivíamos para mirarla, para olerla, para escucharla, para lamerla de pies a cabeza y dejarnos seducir por sus movimientos cadenciosos y las palabras eróticas que susurraba a nuestros oídos… vivíamos para seguirla a donde fuera, hasta el fin del mundo si llegara a ser necesario. La música era verdaderamente nuestra diosa amable, la caprichosa y vanidosa, hermosa como una fresca flor bañada de rocío que liberaba con audacia todos nuestros sentidos; pero era también absorbente y suspicaz, como una mujer ahogada en celos.

 Cuando teníamos como 12 ó 13 años de edad formamos un trío melodioso que se llamaba «Los puntos azules». De los tres, Virgilio era el que tenía más sentido musical, más intuición para alcanzar el ritmo, para componer, para manosear la armonía y la melodía, «más oído», pues, como se dice en la jerga musical. Miguel y yo nos esforzábamos por colocarnos al nivel de Virgilio o al menos para no quedarnos tan atrás de él. Virgilio era entonces, como es lógico, el líder del grupo. Él tocaba el bajo, Miguel la batería y yo la guitarra. Los tres cantábamos; pero era Virgilio el que tenía la voz más sonora e interesante. Yo, sin embargo, con la influencia positiva de mi padrastro Jorge    -¡un músico grandioso!- con el tiempo había ido adquiriendo una habilidad casi prodigiosa para la ejecución de la guitarra; Jorge decía que yo era «rápido, limpio e ingenioso para tocar». (Durante algún tiempo me lo creí firmemente, pero yo sé que no era una verdad al cien por ciento.) Miguel no era el típico aporreador de tambores, sino que tenía sensibilidad y delicadeza para tocar, tenía algo que muy pocos bateros tienen: intuición, esa sabiduría inexplicable de saber cuándo y con qué intensidad dar el golpe correcto al plato o al redoblante.

Los tres componíamos sencillas canciones que después pasaban por las manos de los otros, las cuales sufrían entonces agregados de notas, acordes o palabras, o por el contario se les restaban; pero era un hermoso trabajo de equipo que estaba lleno de entusiasmo y de sueños.

Si tomamos en cuenta la poderosa influencia cultural y económica de parte de los Estados Unidos de América, de Inglaterra, o de los otros países occidentales desarrollados sobre Latinoamérica, no es ninguna sorpresa, pues, encontrar que Miguel, Virgilio y yo estábamos influenciados por los ritmos del rock y del pop anglosajón de los años ´60 y ´70, acompañado todo de pantalones acampanados y cabellos largos.

En el año 1977 nosotros éramos unos adolescentes y aunque Los Beatles ya se habían separado, para nosotros ellos seguían unidos y queríamos –aunque nosotros sólo éramos tres- ser como John, Paul, George y Ringo. O queríamos ser quizás como Queen o como Yes. Queríamos tener muchas canciones originales para grabar en discos de vinilo de larga duración y que en el lado A y en el lado B estuviera escrito «Los puntos azules», con grandes letras casi –casi- psicodélicas (para no parecer fuera de moda). Y el nombre de cada canción estaría en letras claras de molde, y junto a ellas, entre paréntesis, el nombre de su respectivo compositor. Ahí diría, por ejemplo, «Un día diferente» (Julio “el Conde” González Blanco), «Bajo tu sombra» (Miguel Salazar), «María me ama» (Virgilio “el chele” Marón Menéndez)… y así sucesivamente. Y la portada del disco no se quedaría atrás, sería algo maravilloso, con una fotografía en donde aparecerían al atardecer los tres jóvenes sentados a la orilla de un río, resaltando intensamente sus siluetas casi como sombras en sepia ante un fondo a todo color, entre los tonos del crepúsculo; meditativos, serenos y guapos, mirando con profundidad el ocaso… los tres músicos compositores e intérpretes brillarían en el firmamento del espectáculo y la fama…

Todo lo teníamos planeado. En nuestros sueños despiertos podíamos ver eso y más allá…

Para lograrlo ensayábamos casi todos los días y a toda hora. Algunos vecinos estaban hartos de nuestra ruidosa música, que a veces distorsionaba más por la mala calidad del equipo de sonido que teníamos, que por la intencionalidad de darle ese sonido de distorsión roquera a la guitarra. Nos reuníamos casi siempre en la casa de Virgilio, porque era una vivienda grande, como muchas casas de pueblo –y Santa Ana, aunque era una gran ciudad, era también, de alguna manera, un «gran pueblón»-; la casa tenía además una habitación amplia dedicada exclusivamente para tocar y cantar, que era nuestro refugio, nuestro santuario musical, al cual habíamos apodado «La Caverna», en homenaje al club nocturno en donde fueron descubiertos los Cuatro Fabulosos de Liverpool. Allí escuchábamos mucha música, como es comprensible, porque un músico que no oye música es como un catador de café que no toma cafeína.

En «La Caverna» había una vieja radiola grande de madera, con dos bafles laterales sonoros y por encima tenía una tapadera finamente barnizada. En ese antiguo aparato escuchábamos los discos de 45 rpm y los de 33. Recuerdo que nos arrojábamos sobre el suelo alfombrado o sobre un viejo sofá de color café oscuro que estaba junto a la radiola y nos quedábamos largas horas y horas escuchando los más diversos ritmos y armonías de la música occidental.

Aunque la mayoría de adolescentes tienden a ser rebeldes y cerrados de la mente, aferrados sólo a un solo gusto musical o a un tipo de comida, por ejemplo, nosotros, aunque no dejábamos de serlo un poco, teníamos un criterio más amplio en cuanto a la música; pero esa actitud no era del todo casual, sino más bien gracias a la influencia de mi padrastro Jorge, quien nos visitaba regularmente a «La Caverna»; su experiencia musical era grande, era un viejo músico de Conservatorio (que había estudiado en México y Cuba) y gran coleccionista de discos, que todo el tiempo nos estaba alimentando con «nuevos descubrimientos» de la música, que bien podían ser artistas de la década de 1940 a 1950 ó los últimos discos salidos al mercado en las décadas de los ´60 ó ´70; pero para nosotros eran, los unos y los otros, tan novedosos, tan elaborados sus cantos y sus arreglos, que nos quedábamos hipnotizados oyendo la música y escuchando al mismo tiempo las anécdotas que Jorge nos contaba sobre tal o cual grupo musical, palabras que enriquecían y complementaban los sonidos que salían del viejo aparato de sonido. Esos días de entrenamiento musical y de aprendices de catadores melómanos, fueron como la gloria y el paraíso para nosotros. Por eso mismo, aunque el rock-pop nos emocionaba mucho, en ocasiones escuchábamos a los tríos que tocaban esos boleros ya inmortales, como los que cantaban Los Tres Reyes, Los Tres Ases, Los Panchos, Los Tres Diamantes o Los Hermanos Cárcamo. (Estos últimos cantaban una canción que todavía me roba el corazón: «Coatepeque», con una letra y una melodía que se compaginaban a la perfección.) Por otro lado, había períodos en que la música que nos atrapaba era la de los grandes clásicos europeos, como Mozart o Beethoven. Así, el Concierto para Piano en La Mayor o la Novena Sinfonía eran obras que a menudo sonaban en la anticuada radiola y en nuestros oídos, junto al ruido aquel como de papel de aluminio estrujado que emitían los viejos discos de vinilo gastados. Un tema que necesitaría un capítulo aparte es cuando Jorge nos introdujo al mundo del jazz; fue como una medicina dura de tragar, pero cuando al fin lo entendimos en su esencia, en su diversidad, en su grandeza, en su bella complejidad, escucharlo fue como comer un postre delicioso cada día. Conocer el jazz fue la mejor herencia que alguien pudo haberme dado alguna vez.

Por razones políticas y de consciencia, y en plena guerra civil (en 1984), desistimos de tocar por un tiempo pop-rock y nos enfrascamos en formar un grupo musical con aires folklóricos, tratando de encontrar, a través de la música, nuestra identidad como salvadoreños. Investigamos sobre las melodías y las armonías que se tocaba durante las fiestas patronales en Panchimalco y en Sonsonate, cunas de grupos indígenas que aún conservaban algo de la cultura milenaria prehispánica. No queríamos  –y de eso estábamos bien seguros- seguir los pasos de otros grupos musicales populares que se desarrollaban en esa época, con una influencia sudamericana más que clara, con zampoñas y charangos, y vestidos con largos ponchos coloridos. Nosotros pretendíamos encontrar un sonido que estuviera más cercano a la región centroamericana, por eso nuestros instrumentos musicales cambiaron radicalmente: abandonamos la batería, la guitarra eléctrica y el bajo eléctrico y empezamos a usar la chirimía (muy tocada en Guatemala), el caparazón de tortuga, la marimba, la guitarra acústica, el contrabajo, la caramba, la concertina y el violín (pero tocado con ese sonido llorón y un poco carrasposo como lo tocan los músicos del campo). Le pusimos nombre a nuestro nuevo grupo y escogimos, por su sonoridad, el de uno de los tantos cantones de El Salvador: Izcaquilío. También las letras de nuestras canciones empezaron a rosar la denuncia social, pero sin ser panfletarias, tratando de acercarnos más a lo artístico, a lo poético. Llegamos a tener un repertorio musical de unas 40 canciones, en donde el 95 % era totalmente original en letra y música, y el otro 5 % estaba formado por temas como El Torito Pinto y otros. (Recuerdo que en esos días yo escribí un poema en cuartetos endecasílabos basado en el cuento «El Negro», de Salarrué y lo musicalizamos.) Se nos unieron otros músicos, como por ejemplo Gabriel, que era un estudioso de la cultura indígena y un experto tocador de la caramba. Otro músico que se agregó al grupo fue Juan, que cantaba muy bien y tocaba la guitarra y la concertina. Con ellos nos presentamos en incontables conciertos organizados dentro de la Universidad Nacional y en otros foros heterogéneos, junto a otros grupos musicales con tendencia izquierdista. También tocamos en otros países centroamericanos y en Estados Unidos. Ese período nos duró sólo un par de años. Con los estudios universitarios, el tiempo que teníamos para nuestras reuniones musicales se fue reduciendo poco a poco.

Pero yéndonos un poco más a nuestro pasado musical, es interesante, por ejemplo, entender la manera en que yo veía la música cuando era un infante. Y es que para entonces todo era más simple para mí, sólo imaginaba lo que quería ser o lo que deseaba que el mundo fuera y, por arte de magia, todo se convertía al instante en algo así como un cuento de hadas y un mundo de fantasías. Sin embargo yo, no rescataba princesas vigiladas por dragones ni intentaba deshacer hechizos con un beso. Mi mundo de ilusión era el de los túneles en la tierra, el de correr desaforadamente por la calle, el de viajar hacia la luna… y, principalmente, me gustaba jugar de tocar el piano y la guitarra. No tenía piano entonces, ni me interesó aprender a tocarlo ya siendo mayor, pero en mis juegos de niño un sofá estaba lleno de teclas blancas y negras, y bastaba con que sonara al fondo una cinta con la música instrumental de teclado y ya era yo un pianista consagrado; mi imaginación volaba y volaba sin límites. Con el pasar de los años, el piano llegó a ser para mí, si se quiere decir de alguna manera, un elegante caballero perfumado y bien vestido, pero alejado de mi mundo interno. La guitarra, por el contrario, era la mujer hermosa y amiga, la bella antojadiza, la jactanciosa que todo lo quiere, pero también que todo lo da. La guitarra me estremecía de retos sonoros y me acompañaba en tantas y tantas aventuras. Con caricias suaves en su cintura, en su mástil y en sus cuerdas, la iba enamorando y domando poco a poco…

Escrito por

Óscar Perdomo León

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Fotografías por
Óscar Perdomo León

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ANASTASIO AQUINO

Valle de Jiboa

Es 24 de julio de 1833. El pelotón de fusilamiento eleva, perpendiculares a los cuerpos, sus armas de fuego. Pero testigos del hecho afirman que, unos segundos antes, el indócil sentenciado sonreía mientras intercambiaba unas palabras con el sujeto que le vendaba los ojos.

-¿Quieren jugar a la gallinita ciega? –preguntó Aquino, con sarcasmo.

El sedicioso es físicamente fuerte, de cabello lacio y comúnmente usa caites de correas gruesas y una capa sin mangas, adornada con seda roja.

Semanas antes, mientras guardaba prisión en Santiago Nonualco, después de haber sido capturado tres meses atrás en su escondite del cerro el Tacuazín, una noche Aquino se durmió profundamente. Ingresó, con la fuerza de ánimo acostumbrada, a un sueño (que bien puede llamarse frustración o pesadilla), un sueño que –conjeturo- es otra poderosa forma de la realidad. El escenario era una casa de adobe cercana al Valle de Jiboa, rodeada de árboles de fuego y de amate. Frente al proscrito Aquino se encontraba un rostro conocido y familiar, y ahora odiado. Aquino quiso golpearlo; pero también quería entender porque había sido traicionado. Se contuvo. Y mientras con la mirada lanzaba un filo como de obsidiana, abrió el sincero diálogo:

-Lo que pasó, pasó. Ahora sólo hay una cosa en el mundo de la cual me arrepiento: debí cortarte las venas cuando pude, en vez de sólo expulsarte de mi ejército.

-Vos tuviste la culpa, por tratarme mal -respondió Cascabel, con un ligero temblor en la voz.

-Vos querías abusar de aquellas mujeres. Sos un depravado. O algo peor que eso, un soplón cobarde, un infame delator -sentenció Aquino, con palabras lentas y tono enfático.

La claridad de la mañana se apoderaba con decisión del rancho y de los ojos de ambos hombres. Los clarineros gritaban y saltaban entre las ramas de los árboles. Una niebla densa se colaba intermitentemente al interior de la habitación única. Y era como la materialización de los sentimientos que maniataban el alma de los interlocutores… era gris y era fría.

Cascabel, con la mirada turbia puesta sobre el suelo, interrumpió el breve silencio con unas palabras que querían ser valientes:

-Yo no me arrepiento de nada. Puedo hablarte con la verdad y decirte lo fácil que fue informarles a los hombres del Presidente Prado el lugar de tu escondite.

-Mirá -dijo con serenidad, Aquino-, yo sé que te han dado dinero los ladinos. Ya sé que los traidores como vos, se conforman con pequeños pagos y no entienden que todo los que existe en la extensión de estas tierras pertenece a mis indios, a mis hermanos que viven en la miseria. Pero si tenés un poco de vergüenza, deberías meditar en las consecuencias de tu estupidez…

-¿Y qué acaso creíste que podrías vencer a los blancos sin la ayuda de los mestizos? -interrumpió Cascabel-. Yo no te traicioné sólo porque vos me golpeaste y sacaste de tus filas. El odio que te tengo por eso, únicamente aceleró lo inevitable. Y ahora lo que más deseo en la vida es olvidar tu nombre.

Aquino, que escuchaba atento, fue cambiando su dura mirada por ojos de reflexión. Observó con la vista perdida el techo de paja… y el odio que sentía hacia Cascabel, cuyas palabras quizás eran verdaderas, fue opacado por la duda. Después de un lapso de treinta segundos, Aquino miró a Cascabel fijamente a los ojos y declaró con lucidez:

-Nadie va a olvidar mi nombre. Y vos, menos. Eso te lo aseguro.

La espesa niebla persistía tercamente en ocultar fragmentos de los cuerpos. Sin embargo, todo tenía un significado tan grande, digo, todo lo que concierne a los ojos y a las palabras, porque si alguno ocultaba un arma era imposible saberlo…

Aquí termina el sueño y volvemos a la hora final.

El pelotón está listo. Las armas suenan, como la voz de una tormenta breve y letal. El corazón santiagueño se detiene. A alguien no le basta eso y el hacha, que también mata árboles, corta el cuello del cadáver y la cabeza rueda ensangrentada. Se dice que será exhibida, dentro de una jaula, en un borde de la Cuesta de los Monteros.

Escrito por

Óscar Perdomo León

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Fotografía del Valle de Jiboa tomada por Óscar Perdomo León

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CANTA EL PUEBLO (El indio Anastasio Aquino)

Esta canción es el poema anónimo «CANTA EL PUEBLO» (que aparece en LAS HISTORIAS PROHIBIDAS DEL PULGARCITO de Roque Dalton) y fue musicado por ZUNCA, un grupo musical salvadoreño de los años ´80.
Primeras voces en esta canción: Juan Carlos Flamenco (además, acordeón), Otto Hugo Urrutia y Carlos Alberto Romero Cárcamo. Los otros miembros que participaron en esta grabación son: Mario  Edgardo Romero Cárcamo (guitarra) y Óscar Perdomo León (contrabajo). 
Esta grabación se hizo en la sala de una casa frente a una pequeña grabadora con cassette, en 1986.

Para quienes no puedan hacer correr el video en mi blog, lo pueden hacer dando un clic en este enlace.

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GEORGE HARRISON. Aniversario

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Este día, 25 de febrero, George Harrison (25 de febrero de 1943-29 de noviembre de 2001), el guitarrista líder de Los Beatles, estaría cumpliendo 71 años de edad. Para recordar a ese beatle que nos dio tanto con su voz, su guitarra y sus bellas canciones, he querido publicar en mi blog cuatro cosas relacionadas con George que tal vez puedan interesarles:

1) «George Harrison viviendo en un mundo material», el cautivador documental del año 2011, dirigido por  Martin Scorsese. Totalmente recomendable.

GEORGE HARRISON VIVIENDO EN UN MUNDO MATERIAL

Para quien no pueda mirar aquí el documental «George Harrison viviendo en un mundo material»,  lo puede hacer siguiendo esta enlace: https://www.youtube.com/watch?v=fEL4_qadPp4

2) Breve reseso musical. Les traigo a ustedes un pequeño homenaje que grabé con mi guitarra, hace algunos meses, para George Harrison, el cual consta de tres de sus canciones: «While my guitar gently weeps», «Here comes the sun» y «Something».

Pequeño tributo a GEORGE HARRISON

Guitarras acústicas ejecutadas por Óscar Perdomo León

Para quien no pueda escuchar aquí el «Pequeño tributo a George Harrison» lo puede hacer siguiendo esta enlace: https://soundcloud.com/scar-perdomo-le-n/peque-o-tributo-a-george

3) «El legendario George Harrison. Todas las cosas deben pasar». Un documental que, aunque trata más sobre su vida pública, trae también algunas declaraciones de personas que lo conocieron de cerca; además habla sobre las creencias religiosas de George; el ataque que sufrió en su casa por parte de Michael Abram y muchos temas más. Un mediometraje totalmente atractivo para quien quiera saber más sobre «the quiet beatle».

EL LEGENDARIO GEORGE HARRISON

Todas las cosas deben pasar

Para quien no pueda mirar aquí el documental «El legendario George Harrison» lo puede hacer siguiendo esta enlace: https://www.youtube.com/watch?v=3uEvkIxtHzw

4) Y finalmente, otro documental interesante; esta vez sobre el LP «Please please me». En febrero de 1963 Los Beatles, en una sesión de 12 horas, grabaron en los estudios Abbey Road, su primer disco de larga duración: «Please please me». 50 años después, en los mismos estudios, varios artistas se reunieron para grabar algunas de esas mismas canciones.

DOCUMENTAL SOBRE «PLEASE PLEASE ME»

Para quien no pueda mirar aquí el documental sobre el LP «Please please me», lo puede hacer siguiendo esta enlace: https://www.youtube.com/watch?v=U9u3Ma9k0O8

Texto:

Óscar Perdomo León

MANGORÉ, EL MAESTRO QUE CONOCÍ. Libro de José Roberto Bracamonte Benedic.

Agustín Barrios Mangoré. Fotografía tomada por Roberto Bracamonte.

«Mangoré, el Maestro que conocí», es un libro escrito por el Dr. Roberto Bracamonte, uno de los alumnos predilectos de uno de los más grandes guitarristas que ha producido el mundo: Agustín Barrios Mangoré, conocido como Nitsuga Mangoré, un paraguayo que recorrió muchas partes del mundo con su arte y que al final de su vida hizo escuela de guitarra en El Salvador y fue también aquí, en estas tierras cuscatlecas, donde dio su último suspiro de vida.

Las ciento cuarenta y cinco páginas del libro nos conducen por ciertas zonas antes desconocidas del Maestro Mangoré, vistas a través de los ojos de un testigo querido y cercano a él, un salvadoreño que, aunque con otra profesión diferente a la de músico, amaba tanto la guitarra y la música que llegó a dominarles  y conocerlas de una manera muy intensa. Y todo bajo la tutela del grandioso guitarrista Barrios Mangoré, quien dejó tras de sí una serie de alumnos y seguidores de su obra. Las reflexiones y las descripciones físicas y espirituales que hace Roberto Bracamonte sobre Mangoré están inundadas de gran respeto y admiración, pero no por eso dejan de ser un informe muy fidedigno del famoso «indio guaraní»:  Nitsuga Mangoré.

Hay que decir que Barrios no sólo fue un grande e inigualable domador del instrumento de las seis cuerdas, fue también poeta y conversador ameno, un hombre desligado del egoísmo, que compartía con sus alumnos las enseñanzas que sabía sin restricciones. Bracamonte lo describe como un hombre parco a la hora de hablar de sus triunfos, humilde pues por principios, pero muy agradable y suelto a la hora de hablar sobre la guitarra o sobre los músicos que admiraba.

El Dr. Bracamonte había sido exhortado en varias ocasiones por el Dr. Carlos Rodríguez Payés (también guitarrista) para que escribiera los numerosos recuerdos que sobre el maestro Barrios aquel tenía. Así que «Mangoré, el Maestro que conocí» tiene entonces la gran cualidad y ventaja de ser un testimonio bastante cercano y directo sobre la vida del músico. Especialmente porque Bracamonte no sólo fue alumno de Mangoré, sino también porque vivió con él los últimos tres años de su vida. Así que el libro está lleno de anécdotas sobre el famoso guitarrista, así como de revelaciones de pequeños detalles sobre su vida cotidiana. Algunas anécdotas están contadas de una manera tan vívida que parieran como breves cortometrajes en blanco y negro. El libro al cual me refiero este día fue publicado en 1995. Una buena manera de conocerlo mejor es leyendo directamente las palabras de su escritor. He aquí, pues, un breve fragmento de alguno de los detalles que Roberto Bracamonte cuenta en su libro:

«Además del español, el cual conocía en sus reglas gramaticales y retóricas, Mangoré tenía dominio del idioma materno del Paraguay, el guaraní. A mi pedido y para satisfacerme, recitaba versos propios y de otros poetas en guaraní, cuya dulzura y sonoridad musical siempre me encantó. Mangoré me explicaba que era una lengua completa y me apuntaba sus dificultades y sus reglas. Es tan bello y armonioso como el español, decía, y me dio la impresión que, para él, eran las lenguas más completas y hermosas del mundo, lo que nunca puse en duda. Yo escuchaba aparentando seriedad en la atención, porque lo único que me agradaba era el ritmo métrico y la sonoridad que daba a lo pronunciado y que él con entusiasmo ponía en el ambiente.»

A propósito de Rodríguez Payés, a quien mencioné unas líneas arriba, cuenta el Dr. Bracamonte Benedic que fue precisamente el Dr. Carlos Rodríguez Payés quien le llevó  las partituras de Mangoré al famoso guitarrista australiano John Williamsquien en ese momento se encontraba en Londres. A partir de ahí surgió el disco que ayudó a resucitar en cierta manera el conocimiento de Barrios Mangoré alrededor del mundo.

Es prudente mencionar que en 1992 se había publicado, en idioma inglés, el libro «Mangoré. Seis cuerdas de plata», del estadounidense Richard D. Stover, el cual llegó a las manos de Roberto Bracamonte y se refiere a él en su libro. Yo lo leí cuando en el año 2002 fue publicado en español, en El Salvador, bajo el auspicio de Miguel Huezo Mixco y con traducción de Rafael Menjívar Ochoa. El libro de Stover es un documento muy valioso, lleno de investigaciones exhaustivas, basadas en mucha bibliografía, en visitas a los lugares que frecuentó el maestro de la guitarra, así como en pláticas y entrevistas a varias personas que conocieron al grandioso guitarrista . Es realmente un libro de inestimable valor para la cultura guitarrística mundial. (Por cierto que a Stover tuve el gusto de escucharlo hace ya un par de años en un concierto que dio en la Universidad Don Bosco.)

Pienso que en muchos detalles ambos libros (el de Stover y el de Bracamonte)  se complementan.

Pero volviendo al libro que hoy nos ocupa, es bueno decir que Bracamonte retoma además en su libro algunas impresiones muy íntimas de su maestro, en el campo de la composición y de la técnica interpretativa de la guitarra. Quizás lo mejor sería transcribir un pequeño párrafo para entender y disfrutar mejor de lo rescatado por Roberto Bracamonte:

««La Catedral» he tenido la suerte de escucharla por varios intérpretes y por el mismo maestro -fue lo primero que oí de sus manos- y me ha parecido que hacen magníficas ejecuciones, pero también tengo la impresión de que se podrían mejorar. La obra es, en los tres movimientos, una serie de campanas repicando, y varias veces le pedí al maestro que tocara el «allegro» y el «andante» más despacio para tener esa impresión.

«El «andante» es algo serio de interpretar y la mayoría lo toca con cierta velocidad que resta la solemnidad que se espera escuchar. Los primero acordes, en la parte inferior del traste doceavo, deben ejecutarse ligeramente arpegiados, aun cuando Mangoré no los dejó así indicados, pues las cuerdas sueldas dan el sabor de campanela. La sucesión de acordes tan bien hilvanados en los tres bordones, no deben sonar precipitadamente y son ellos los que dan la solemnidad, majestuosa y quizás ligeramente fúnebre a este andante. En todo momento debe hacerse sentir la campanela, siempre que se pueda arpegiando ligeramente, como ya dije.

«El «allegro» de esta sonata es muy complejo. En el repiqueteo de los primeros compases es necesario destacar además la nota grave del acorde de larga duración, las notas que quedan bajo el dedo medio y el anular, con un tanto menos que el primer sonido, lo que vuelve más difícil la ejecución y disminuye la velocidad; pero tengo entendido que aquí es mejor ser un tanto lento y conseguir los efectos esperados, porque para lucir la habilidad hay obras de otros autores y del mismo Mangoré que lo permiten. El problema es precisamente éste, que todos los ejecuntantes lo hacen a gran velocidad y desaparece el efecto de campanela que se continúa produciendo en muchos compases y que el compositor, incluso, no apuntó con lo signos debidos.»

Dr. Roberto Bracamonte.

Bracamonte también apunta sobre su disyuntiva entre dedicarse a la guitarra o brindar su vida a la Medicina, y lo hace de esta manera:

«Yo, que escribo estas líneas, fui un afortunado huésped por casi tres años en casa de Mangoré y Gloria (esposa, de origen brasileño, de Mangoré); llegué a conocer algo de la amada guitarra, gracias a la enseñanzas y observaciones del Maestro y desarrollé una pulsación bastante aceptable. La mala fortuna, que nunca deja de perseguirme y a ratos me da horribles tratamientos, hizo que la Medicina fuera mi carrera principal y me vi obligado a dejar totalmente el instrumento por recomendación del mismo Mangoré, quien, informado que estuve a punto de perder un año de Medicina de las más duras y difíciles materias por estar con la guitarra entre mis brazos hasta altas horas de la noche, en vez de los secos, poco atrayentes y nada afectivos libros de Esculapio, me dijo: «Ché, dos mujeres no caben en casa y tienes que dejar una: escoge y toma partido. Decídete.» Masoquista y sin dinero para seguir estudios de música seriamente, me quedé con la Medicina que, aun cuando es una esposa muy rebelde de manejar y, además de dominante, cruelmente celosa, en reconocimiento me ha tratado con cariñoso afecto,  cariño que todavía acepto con un tanto de triste resignación. Guardé pues la guitarra hace casi cincuenta años y una que otra vez la toco como su fiel amante y a escondidas, sufriendo de no tenerla junto a mi pecho, pero sin celos, ya que no he dejado de amarla y me siento feliz cuando oigo sus quejas por no estar en mis manos cuando otros esposos la acarician y abrazan amorosamente. Debo confesar con sinceridad que aún me duele no haber llegado cuando menos, a ser artista aceptable y no un médico como me deparó el destino. Así fue que quien más oportunidad tuvo de aprender y disfrutar del genial compositor paraguayo fue el que menos cosechó.»

«Mangoré, el Maestro que conocí»  es un libro indispensable para todos aquellos que quieran saber más de la guitarra y conocer además al Mangoré que vivió en El Salvador.

Dr. Roberto Bracamonte junto a la tumba de Mangoré, en el Cementerio de los Ilustres, en San Salvador.

DOS PALABRAS SOBRE ROBERTO BRACAMONTE.

El Dr. Bracamonte fue un destacado médico salvadoreño, que estudió su post grado en oftalmología en Brasil y Argentina; fungió como catedrático de la Universidad de El Salvador y como Director del Centro de Rehabilitación de Ciegos. Importante fue que desarrolló en 1982 un programa para la formación de oftalmólogos en el Hospital Rosales (en San Salvador). En 1940 conoció a Mangoré y se volvió su discípulo en la guitarra, teniendo además el privilegio, como ya se ha dicho antes, de vivir junto a él durante los últimos tres años de vida del famoso guitarrista.

Roberto Bracamonte estuvo casado con América Valencia, pianista que hizo estudios de interpretación y composición en Italia (y tía de mi esposa Érika) y a quien agradezco que me haya obsequiado, en una visita que le hicimos a su casa, el maravilloso libro que escribió su esposo.

El Dr. Roberto Bracamonte falleció en el año 2007.

Texto:

Óscar Perdomo León

Fotografía de Mangoré con lentes, tomada por el Dr. Bracamonte, extraída de:http://www.elsalvador.com/mwedh/aspnet/imagen.aspx?idArt=4542840&idImag=10901037&res=0&idcat=6482&w=450&maxh=400
Fotografía de portada del álbum de John Williams extraída de:
http://www.google.com.sv/images?hl=es&q=williams%20plays%20barrios%20mangor%C3%A9&um=1&ie=UTF-8&source=og&sa=N&tab=wi&biw=1280&bih=699

Las otras imágenes han sido extraídas del libro del Dr. Bracamonte.

Video recomendado: Santo de la guitarra: la historia fantástica de Agustín Barrios mangoré.

JOAN MANUEL SERRAT EN EL SALVADOR

La penúltima vez que Serrat vino a nuestro país lo fui a escuchar y ver y no salí decepcionado del concierto. Fueron toda una delicia sus interpretaciones, junto a un grupo de muy buenos músicos.

El recién pasado 05 de marzo de 2011, Joan Manuel Serrat presentó su espectáculo en San Salvador. Mi hermana Wendy asistió muy entusiasmada.

Lo primero que hizo ella, hace un par de semanas, fue invitarme a ir al concierto; por razones de fuerza mayor, y para mi dolor, decliné su invitación. Lo segundo que hizo mi hermana fue llamarme durante el concierto para que aunque sea yo pudiera escuchar a lo lejos la voz de Serrat en vivo.

Serrat cantó viejas canciones conocidas; pero también las últimas de su álbum «Hijo de la luz y de la sombra», que salió a la venta en 2010 y que está compuesto por canciones sobre poemas de Miguel Hernández;  vendría pues este álbum a ser como una especie de complemento del disco de 1972 que también dedicó a los poemas de Miguel Hernández.

Mi hermana estaba emocionada en el teléfono, eufórica, cantando y viviendo con intensidad ese momento. Y sé que me llamó porque sabe que soy un aficionado empedernido de Serrat; cuando ella era apenas una niña de unos 8 ó 10 años de edad, yo ponía a todo volumen sus discos, así que mi hermana creció escuchando la música de Joan Manuel.

Y ahora, escucharlo en vivo, pues la verdad es que es otro tipo de atmósfera la que se vive. No hay espacio para los errores y la emoción que un músico en vivo transmite es inigualable.

Unos días antes de su presentación me llamó la atención una entrevista que salió publicada en El Diario de Hoy, en la cual Serrat se refería a Jorge «El Mágico» González, el mejor  futbolista que ha dado nuestro país, con estas palabras: «El Mágico era estratosférico». Vaya, Serrat, que es un amante del fútbol, recuerda los días en que nuestro compatriota jugaba en el Cádiz de España.

Dice mi hermana que al final del concierto el público no se quería retirar y que aplaudían una y otra vez, y Serrat volvió al escenario en tres ocasiones, la última vez ya sin saco y con la apariencia de que ya se estaba acomodando para descansar. ¡Pero regresó! La fanáticos rugieron y salieron muy satisfechos.

Wendy: ¡qué bueno que fuiste al concierto! Y gracias por la fotos para el recuerdo. Serrat, que ya es eterno, queda en tus fotos, congelado para siempre en San Salvador, en medio de nuestros corazones.

Texto:

Óscar Perdomo León

Fotografías:

Wendy Perdomo

 

 

SERRAT: UN CANTAUTOR HONESTO

Creo que, entre los cantautores de habla hispana, el que más me gusta y al que más admiro es a Joan Manuel Serrat. Es cierto que hay muchos otros que han hecho cosas bellísimas, pero hay una sinceridad en lo emocional y en lo intelectual en la música de Serrat que siempre me conmueve.

Recuerdo que los primeros álbumes que oí de él estaban grabados en un cassette que me regaló un amigo de Atiquizaya. En un lado estaba «En tránsito» (de 1981) y en el otro lado estaba «La paloma» (de 1969), dos colecciones equiparadas en calidad, pero alejadas en el tiempo. Sufrí porque las últimas canciones de cada álbum estaban cortadas, debido al espacio de la cinta. Recuerdo que me quedé varios días impresionado escuchando detenidamente todas y cada una de las canciones. Pensé entonces que esa cinta era uno de los mejores regalos que alguna vez me había dado alguien. Y hoy, después de casi 30 años, lo sigo pensando. Con el tiempo, he llegado a coleccionar la mayoría de sus discos compactos originales .

Una de las canciones que más me gustaba era «En cualquier lugar», del disco «La paloma»*; su letra era nostálgica, triste, llena de amor por lo que se dejaba, pero también había una lucha interna que decía -no con estas palabras textuales- que el horizonte no terminaba frente a nuestra nariz. Su música me cautivó desde el principio: sus arreglos y en especial su melodía no eran nada comunes; de esta canción Serrat cantó un fragmento, sólo él y su guitarra, en una película llamada «Palabras de amor». Pero la versión de estudio tiene un toque tan especial que me sigue gustando mucho.

Creo que la trayectoria musical de Serrat ha sido larga y muy creativa. Y durante todo ese tiempo transcurrido siempre ha sabido mantener sus ideales de justicia y libertad. Y de estas grandes premisas habla Serrat en sus canciones; pero sin llegar al panfleto, su calidad artística es indiscutible. Serrat tiene no sólo la vocación de componer y cantar, tiene también la creatividad y la sensibilidad muy grandes para hacerlo.

En Latinoamérica se le quiere mucho porque sus letras de alguna manera se identifican con el dolor y las alegrías de nuestros pueblos. En El Salvador, de donde puedo hablar específicamente, Serrat es un artista relativamente poco conocido, porque los programadores de música de la radio y la televisión lo han promovido muy poco; pero eso no quiere decir que no tenga muchos fanáticos en todo el territorio salvadoreño, porque los tiene. Unos con otros nos vamos pasando su música, compartiéndola y recomendándola a quien no la conoce.

La mayoría de sus canciones originales mantienen el tono de calidad que hace que uno las ame.  También no puedo dejar de mencionar su trabajo con los poemas de Mario Benedetti, Antonio Machado y Miguel Hernández. Todos esos discos son maravillosos. De todo esto escribimos hace algún tiempo con mi esposa en LA ESQUINA DE ÉRIKA Y ÓSCAR y pueden leerlo en MIS CANCIONES FAVORITAS DE SERRAT. No está demás decir que él ha sido una influencia poderosa sobre otros cantautores europeos y de América.

Con tanta música-basura, superflua y sosa, que se oye en estos días, Joan Manuel Serrat, es un compositor honesto y de mucha fuerza interpretativa que deberían conocer y escuchar las nuevas generaciones.

Texto:

Óscar Perdomo León

*»La paloma»: creo que se le llama así para distinguirlo de otros, porque en su portada sólo aparecía el nombre Joan Manuel Serrat; pero la primer canción era La paloma, un poema de Rafael Alberti.
Fotografías extraídas de: http://www.cancioneros.com/cc/10/0/discografia-de-joan-manuel-serrat
Recomiendo leer el discurso que Serrat dio al recibir el Doctorado Honoris Causa de la Universidad Complutense de Madrid: http://issuu.com/gentdemarratxi/docs/serrat_-_discurso_complutense__

ALGO MÁS SOBRE VERSIONES: «My funny Valentine», interpretada por Arturo Sandoval y Ella Fitzgerald.

Ella Fitzgerald

SÍ, «MY FUNNY VALENTINE». Y DE PASO «TÚ ME ACOSTUMBRASTE».

Las diferentes versiones de «My funny Valentine»  que he escuchado me han dejado satisfecho. Es una composición musical publicada por primera vez en 1937 y escrita por Richard Rodgers y Lorenz Hart. Desde entonces una infinidad de artistas la han retomado para darle su propio estilo, como Frank Sinatra, Miles Davis, Sara Vaughan, Barbra Streisand, Stan Getz, por mencionar algunos.

Una de las versiones que más me ha impresionado es una grabación en vivo de 1974 del trompetista Chet Baker y del saxofonista barítono Gerry Mulligan; esa es una verdadera obra de arte. La mejor, en mi humilde opinión.

Pero hay una versión que me tiene hechizado y que hace poco he escuchado. Es una grabación casera que hizo a capella la grandiosa cantante Ella Fitzgerald.

 

Hace algunos años me compré un disco del cubano Arturo Sandoval, en donde él hace un homenaje cronológico a varios trompetistas y uno de los temas que interpreta es «My funny Valentine», como un honor y admiración hacia Chet Baker (quien acostumbraba tocar la trompeta y a veces cantar, aunque en la versión que mencioné de él arriba no canta) y Arturo no sólo toca en esa grabación la trompeta, sino que también canta.

Arturo Sandoval

Y, para los que no lo sepan, Arturo Sandoval no sólo es un magnífico trompetista, sino también un gran pianista, que ha interpretado varios géneros musicales (entre ellos principalmente el Jazz y la música académica, sin dejar atrás por supuesto el bolero, el son y toda la música propia de Cuba).  Y aquí lo encontré en YouTube a Arturo, esta vez tocando el piano y cantando «My funny Valentine»; previamente y en una muy buena combinación, canta con él Malena Burke «Tú me acostumbraste«, el famoso y conocido bolero que el cubano Frank Domínguez escribió en 1957 y que también, al igual que «My funny Valentine», ha sido versionado por innumerables artistas, como Caetano Veloso, Chavela Vargas y Olga Guillot, por mencionar algunos.

He aquí pues el popurrí del que les hablaba.

Las versiones, cuando son hechas con el corazón, rejuvenecen la música y le agregan un par de ingredientes que no conocíamos y que a mí, en particular, me hacen muy feliz.

Texto:

Óscar Perdomo León

Fotografías extraídas de:
http://latrompeta.tripod.com/trompetistas.html
http://www.videos-musicales.net/ficha/Ella-Fitzgerald.html

 

VERSIONES

Ya he hablado antes, en otras entradas de este blog, sobre cómo me gustan las diferentes versiones que pueden hacer los diversos artístas de sus propias obras o de las obras de otros. Esto se ve en la pintura, el cine, la fotografía, en la música, etc.

Pienso que cuando un pintor hace varias pinturas del mismo tema, original o de otro, un músico interpreta una canción hecha por otro o un cineasta hace un remake de un película, el nuevo artista para la obra, ya sea pintura, canción o película, ha puesto de sí algo fresco, lozano, quizás moderno; alguien podrá decir que sólo se trata de una simple repetición, pero el proceso de crear y recrear es muy complejo y tiene múltiples variables, objetivas y subjetivas.

Y habiendo dado ya mi punto de vista sobre esto de las versiones, podría decir ya en términos más amplios que todo lo que se ha hecho, se haga o se hará en literatura, cine o cualquier otro arte, no es más que una nueva versión muy general de inspiración y destreza, y de profundizar en la esencia humana: todo trata sobre la muerte, el amor y la vida. Las grandes historias tejidas, complejas, sencillas, pero bellamente escritas o las fotografías y las grandes sinfonías, no nos hablan más que de estos tres grandes temas.

Pero hablando en específico sobre las versiones, está el clásico ejemplo ya muy conocido de la canción más versionada en toda la historia de la humanidad (así como la canción con más transmisiones radiales en todo el mundo), que ha sido «Yesterday» (incluida en el álbum «Help», de 1965) de Los Beatles, interpretada y compuesta por Paul McCartney, la cual ha sido cantada innumerables veces por los mismo Beatles (hay una grabación incluso en donde se escucha a Paul enseñándole a George Harrison los acordes de «Yesterday»), así como por tantos y tan diversos artistas, como Elvis Presley, Frank Sinatra, Tom Jones, Carlos Lico, Luis Miguel, Marvin Gaye, Ray Charles, Michael Bolton, José Feliciano y Raúl di Blasio, la orquesta Mantovani, Boyz II Men, The King´s Singers, Kenny G, Ricardo Arjona, Plácido Domingo… y la lista es casi interminable; se cree que ha tenido más de 3,000 interpretaciones diferentes.

Se cuenta que la música Paul casi la consiguió completita en un sueño, que hasta creyó que podría estar plagiando a alguien, pero corrió hasta un piano y la grabó; una vez que se convenció a sí mismo que la composición era suya, pudo agregarle la letra.

Me gustan mucho las versiones y nunca veo peyorativamente a nadie que interprete una melodía de otro; sé que si alguien más vuelve a cantar y grabar «Yesterday», siempre habrá algo que se desprende de ese alguien y se mezclará con la «Yesterday» original de Paul McCartney.

Texto:

Óscar Perdomo León

Fotografías extraídas de:
http://www.guitararcheology.com/wp-content/uploads/2008/11/89-paulbw.jpg
 http://www.spectrumdata.com.au/uploads/Yesterday_Beatles.jpg
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EL VIOLÍN ROJO, de François Girard.

Una de las más maravillosas películas que he tenido la oportunidad de ver ha sido «El violín rojo», una obra cinematográfica de 1998 del canadiense-francés François Girard.

La historia  toda gira en torno a un violín fabricado por el italiano Nicolo Busotti; su esposa está embarazada y él piensa darle el instrumento musical a su futuro hijo. La mujer de Busotti consulta con una pitonisa que lee las cartas y que le revela un destino fatal: la mujer muere en el parto y el violín empieza a pasar de generación en generación, cae en manos racialmente diferentes, así como en numerosos puntos geográficos del mundo, por lo que la película es hablada en varios idiomas, como inglés, francés, italiano, alemán y mandarín. 

Es interesante la historia del niño huérfano del siglo XVI criado en un convento y que a su corta edad, de unos 6 años aproximadamente, era casi un virtuoso del violín; el niño tocaba limpiamente las melodías más complicadas en un instrumento que era más grande para su edad; y su amor por el violín rojo era tanto que dormía en la cama abranzándolo.

El juego del tiempo es magistralmente usado por Girard, para contarnos de donde proviene y por donde ha viajado ese perfecto violín rojo, antes de ser subastado en Canadá en la época actual. François Girard maneja a su antojo el tiempo sin que la audiencia se pierda; así, uno viaja desde el siglo XV hasta el siglo XX y a sus intermedios con toda naturalidad.

Me gusta especialmente la parte cuando hay una comunicación a través de cartas entre dos de los protagonistas: el violinista y compositor Frederick Pope y su amante y escritora Victoria Byrd, porque el realizador François Girard presenta esta comunicación epistolar entre ambos  más bien como un diálogo activo y fluido, en la que nosotros, los espectadores, parecemos suspendidos sobre el tiempo, mirando todas las cartas -o su esencia- desde el principio hasta el fin en unos cuantos segundos. Así como también es interesante el manejo del tiempo en la escena de la subasta, en la cual, con el truco de repetirla desde diferentes ángulos, se van liberando poco a poco detalles muy importantes. Además es muy adecuado que casi al final se revelara el origen del color rojo del violín.

La historia tiene un ritmo tan perfecto que desde la primera escena  queda uno hechizado, tanto por la trama tan bien lograda, así como por la magia de la imágenes bellamente fotografiadas y la dirección de arte muy bien ubicada. Sin embargo, es por la exquisitez de la música, la pasión con que es interpretada, su intensidad nacida de lo más profundo del corazón, que uno no puede dejar de grabarse en la memoria esta película; esa música, como un magnífico monstruo que lo domina todo, compuesta por John Corigliano,  fue premiada con un Oscar por Mejor Música Original.

Para los que estén cansados de ver cine con guiones clichés y actuaciones exageradas, recomiendo «El violín rojo». Al ver este largometraje de ficción disfrutarán de una conjunción armoniosa entre fotografía, música, actuación y una buena historia.

Si no logran ver el video aquí, lo pueden hacer siguiendo este enlace: http://www.youtube.com/watch?v=gbJPgUjSeWo

Texto:

Óscar Perdomo León

Anexo: Elizabeth Pitcairn  interprentando la Suite del violín rojo: http://www.youtube.com/watch?v=2K5q89S_ELg
Fotografías extraídas de: http://portadas.videoclubmadison.com/?q=el-violin-rojo
http://www.conecultachiapas.gob.mx/noticias/?f=2006-06&pag=4

«LOVE IS IN THE AIR». (Sólo para los amantes de los gatos.)

El amor está en el aire, puede olerse en el ambiente y mirarse por donde quiera… Los sonidos gatunos de llamada son muy peculiares y los gestos de atracción son evidentes. El amor está en el aire…

La Niña mira con ojos de admiración al gato negro.

Ya les había narrado de la pequeña gatita huérfana que ahora forma parte de nuestra familia. Aunque ahora ya está un poco más grande, sigue siendo una niña. Y por eso así es como yo la llamo: Niña.

Sin embargo últimamente la he visto rondando de aquí para allá con un gato negro salvaje, que es como un intruso en la casa donde vivimos, aunque en realidad es al revés. Él ya estaba aquí antes de que nosotros vinieramos. Ya se paseaba por toda la casa y se orinaba en el techo con toda seguridad para delimitar su espacio. La casa donde vivimos era su territorio de estancia y de caza. Así que cuando la Niña apareció, el gato negro trató de asustarla un par de veces y nosotros tuvimos que intervenir, defendiéndola.

Ese gato negro -ahora que lo conozco mejor no me cabe la menor duda- es el Ñiño (sí, con doble ñ), el gato de ojos verdes que cuando nos mudamos temporalmente de esta casa donde vivimos hoy, no quiso irse con nosotros. Lógico: los gatos son terriblemente territoriales.

El gato negro es arisco, desconfiado y viril. Camina sereno, misterioso, como quien ha adquirido mucha experiencia para sobrevivir. La mirada es fría, desgastada, quizás por la constantes peleas que ha enfrentado para mantener lejos de su territorio a los otros gatos que asoman de vez en cuando sus narices velludas por aquí. A veces penetra hasta el lugar de comer de la Niña y le roba la comida. O al menos eso creía yo; pero ahora pienso que ella la comparte con él. Y ya no me enojo por eso, como al principio. He llegado a aceptarlo, como se acepta irremediablemente a un yerno.

Niña y Ñiño se siguen el uno al otro

La Niña es todavía una inocentona. Lo sigue al gato negro con una dedicación y fidelidad que a veces me pone nervioso y a veces me despierta la ternura. ¿Está enamorada de él? ¡Quién sabe! Quizás sólo busca la compañía de alguien de su propia especie. Pero el lujurioso gato negro ha tratado de tener avances íntimos con ella y siempre está oliéndole los genitales; pero la pequeña Niña no está en celo aún y no ha pasado nada todavía. O eso es lo que yo creo. (Bueno, los padres son los últimos en enterarse de las «cosas»).

Duermen juntos

Pero es un bello espectáculo verlos juntos caminar, jugar, abrazarse como peleando y acariciándose al mismo tiempo, hacer la siesta con la mayor tranquilidad del mundo y después levantarse a comer, a la par siempre, como dos novios respirando el amor en el aire. 

A veces ella quiere jugar con él y le tira manotasos cariñosos, lo roza con la cola y hace otro montón de jugadas para llamar su atención, y él, mucho mayor que ella, sólo la mira con indiferencia, como si pensara: «¡Qué cipota más virga!». Pero muy en el fondo sé que el gato negro la ama, a su manera; bueno, le ha permitido vivir en su territorio, lo cual es ya una progresión.

Pero mi esposa Érika le dice a la Niña a veces, bromeando y remedando a las típicas madres salvadoreñas de pueblo: «Mirá, Niña, no seás bruta. Ese gato negro sólo quiere preñarte y después te va a dejar abandonada». Y yo me muero de la risa y Érika sigue fingiendo con la expresión de su cara que lo que ha dicho es bien en serio. Y yo continúo riéndome. Pero  después me aflijo y me dan ganas de salir corriendo con la Niña para que le inyecten un anticonceptivo.

El amor está en el aire… La Niña y el Ñiño están viviendo su romance y su paraiso… ¡y qué bien por ellos!

NOTA: si no puede ver ni oir el video, entonces dé un click aquí: http://www.youtube.com/watch?v=NNC0kIzM1Fo&feature=player_embedded

Love is in the air, everywhere I look around. Love is in the air, every sight and every sound. And I don´t know if I´m being foolish. Don´t know if I´m being wise. But it´s something that I must believe in and it´s there when I look in your eyes.
Love is in the air, in the whisper of the trees. Love is in the air, in the thunder of the sea. And I don´t know if I´m just dreaming. Don´t know if I feel sane. But it´s something that I must believe in and it´s there when you call out my name.
Love is in the air
Love is in the air
Oh oh oh
Oh oh oh
Love is in the air, in the rising of the sun. Love is in the air when the day is nearly done. And I don´t know if you´re an illusion. Don´t know if I see it true. But you´re something that I must believe in and you´re there when I reach out for you.
Love is in the air, everywhere I look around. Love is in the air, every sight and every sound. And I don´t know if I´m being foolish. Don´t know if I´m being wise. But it´s something that I must believe in and it´s there when I look in your eyes.
Love is in the air ohh ohhh ;
love is in the air ooh ooh ohh

Texto y fotografías:

Óscar Perdomo León

Letra de «Love is in the air», de John Paul Young, extraída de: http://www.letrasymas.com/letra.php?p=sin-bandera-love-is-in-the-air
Textos relacionados:
«Huéfana» :https://oscarperdomoleon.wordpress.com/2010/09/20/huerfana/
«Ñiño y Peludo»: http://mariandanie.wordpress.com/2009/09/03/nino-y-peludo/

 

UN ALUD INEVITABLE

Lo que yo no sabía es que después de esas fiebres delirantes que tuve cuando tenía 10 años, me iba a estrellar con fuerza, un par de años después, contra una avalancha inmensa y llena de colores y sonidos, ritmos y contrapuntos, un alud intenso pero suave del que nadie escapa si está a su alcance: Los Beatles.

Era 1976 y mis ojos y mis oídos estaban fascinados con su música. Hacía seis años que los Cuatro Fabulosos se habían separado; pero para mí era como si apenas fuera 1967 y una explosión de genialidad y originalidad recién estuviera emergiendo, y yo sentía como si «La banda del club de corazones solitarios del sargento Pimienta» fuera la novedad más grande en el mundo.

Yo compartía  esa música con amigos y, como me lo hacían ver -o, más bien, escuchar y sentir- los músicos Mario Romero Cárcamo y Carlos Romero Cárcamo, «A day in the life» traía una batería tan novedosa, que Ringo daba cada golpe  tan bien pensado o, mejor dicho, tan bien sentido y con tanta intuición y sabiduría que nos lanzaba con toda serenidad en la cara  que muchas veces «lo menos es lo más» (algo que deberían aprender los bateristas novatos).

El álbum «La gira mágica y misteriosa» me gustaba completito y «Strawberry fields forever» y «All you need is love» eran como himnos en mi cabeza. Y aunque yo era prácticamente un niño-adolescente pueblerino que no usaba drogas, que había escuchado relativamente muy poca música popular y académica, sí podía con seguridad apreciar los múltiples colores que traía la música beatle. Sus melodías las veía en mi cabeza danzando en gráficos, como en un plano cartesiano: las negras, las corcheas y las redondas subían y bajaban dentro de una lógica muy bella y casi matemática.

Y fue así como de pronto me vi, junto a otros amigos, con una guitarra al hombro y tratando de componer canciones, dejándome crecer el cabello, «mechudo», como bien lo describió alguien, y exponiéndome ante un público deseoso de escuchar algo nuevo.

Luego siguió Queen, Yes y mucha música popular latinoamericana, como Serrat, algo de marimba guatemalteca, Silvio Rodríguez, Mercedes Sosa  y otros. Y de ser un grupo de pop-rock, pasando después por un rock progresivo, mis amigos y yo llegamos a ser intérpretes de música sencilla y popular, con un aire folklórico, con un aire de son, pero con canciones originales.

Y los tiempos cambiaban en nuestro país, quizás para peor, y mis amigos y yo cambiábamos también (espero que para mejor) y al final terminamos separándonos, caminando cada quien hacia su propio destino. Y los sueños, como cada adolescente ingenuo desde los años ´60, de ser como Los Beatles,  se nos rompieron en el camino.

Y nuevos descubrimientos reventaron en mi cara. La Medicina me abrazó fuerte y era ella mi novia celosa y absorbente. La vida universitaria, los días y las noches en los hospitales,  y nuevas luchas me arrastraron, también como un alud inevitable, por senderos donde, sin darme cuenta, quedó perdida mi juventud musical…

Texto:

Óscar Perdomo León

Fotografía de la portada del álbum «Sgt. Pepper´s Lonely Heart club band» extraída de:
http://ideasdebabel.files.wordpress.com/2007/09/sargent-peppers.jpg
Fotografía de la portada del álbum «Magical mystery tour» extraída de: http://beatlesysolistas.blogspot.com/2009/11/los-beatles-portadas-de-albumes-10.html
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«Honor y fiebres»:
https://oscarperdomoleon.wordpress.com/2010/08/12/honor-y-fiebres/
«El otro lado de Abbey Road, de George Benson»: https://oscarperdomoleon.wordpress.com/2010/10/14/el-otro-lado-de-abbey-road-de-george-benson/

EL OTRO LADO DE ABBEY ROAD, de George Benson.

Portada del álbum «Abbey road», de The Beatles.

Hace poco acaba de pasar el aniversario del nacimiento de John Lennon (09 de octubre de 1940) y estuve escuchando música de él como solista y también de los 4 Fabulosos y así llegué, como en una cadenita, hasta un disco que tenía algún tiempo de no escuchar: «El otro lado de Abbey Road«, de George Benson.

En 1969  Los Beatles habían grabado y sacado a la luz uno de los más maravillosos discos que hayan hecho juntos: «Abbey Road«; era como si esos cuatro genios de la música quisieran dejar como despedida una verdadera obra de arte. Y es que, aunque el álbum «Let it be» salió en 1970, había sido grabado antes que el «Abbey Road», es decir, que el «Abbey Road» fue en verdad  la última grabación que hicieron juntos (mientras estaba vivos). El álbum contiene algunas de las más recordadas y bellas composiciones de Los Beatles, como «Something», «Golden slumbers» o «Here comes the sun»; sin embargo creo que todas las canciones de este álbum merecen ser oídas, como el popurrí de ocho canciones unidas de más o menos 16 minutos de duración o como «Come together».

Lo increíble es que George Benson grabó y editó su propio álbum el mismo año que salió el original de Los Beatles, es decir, en el año de 1969. (El «Abbey Road» fue lanzado el 26 de septiembre y «The other side of Abbey Road» fue grabado entre el 22 de octubre y el 02 de noviembre de 1969). 

Pero las versiones de Benson, que son un grandioso homenaje a los genios de Liverpool y en un estilo jazzístico muy bien elaborado, también están llenas de mucha originalidad.

Se me erizan lo vellos del cuerpo al volver a escuchar cantar a George Benson «Golden slumbers», con ese arreglo tan bien hecho, con esa voz intensa  y dulce con la que inicia su álbum, con ese fondo de cuerdas tan elegante. La versión original, cantada por Paul McCartney, es una de mis favoritas del «Abbey Road»; y la versión de ella que hace Benson está a la altura de la calidad y la sensibilidad de la original. También es interesante lo que hace Benson con las otras composiciones, como «Something», que está muy bien construida con una delicada guitarra y numerosos acordes adicionados, después de los cuales se puede apreciar la improvisación de George Benson con la guitarra, con lo cual se siente su fuerza jazzística.

Creo que en Jazz, George Benson siempre ha sido un improvisador genial. Sus descargas guitarrísticas tienen un sentido muy melódico, muy musical; lo que quiero decir es que el orden de notas en sus improvisaciones parecen ser melodías muy elaboradas, como si no las estuviera inventando en el momento. Me encantan.

Participan en la grabación, junto a George Benson, otras grandes figuras del Jazz, como Bob James, Herbie Hancock y Ron Carter, entre otros.

Es muy recomendable que todos escuchen «The other side of Abbey Road«, especialmente aquellos fanáticos de Los Beatles que ya conozcan previamente esa obra de arte musical llamada «Abbey Road«.

Para terminar los dejo con un video de la composición de George Harrison «Here comes the sun», interpretada en vivo por George Benson, que aunque no es igual a la grabación de estudio (le faltan lo violines, etc.), tiene lo delicioso de la interpretación en vivo y un toque funky al final.

Texto:

Óscar Perdomo León

Fotografía de The Beatles extraída de:
 http://web.tiscali.it/abbeyroad_experience/
Fotografía de la portada de Abbey Road tomada por Ian MacMillan y extraída de:
http://www.coveralia.com/caratulas/The-Beatles-Abbey-Road-Frontal.php
Fotografía de la portada de «The other side of Abbey road» extraída de:http://www.musthear.com/music/wp-content/uploads/2008/10/other-side-abbey-road.jpg

MI HERMANA, un cortometraje de ficción.

 

El guión del cortometraje «Mi hermana» lo escribí especialmente para mi hija Beatriz. Y lo hice porque cuando estábamos rodando «Hablando con los muertos», Beatriz, que para entonces estaba bien pequeña, lloró porque ella quería un papel principal en la película, y ella en «Hablando con los muertos» era extra. Ese día le prometí que haría algo para ella.

El argumento es sencillo, como lo verán ustedes, y el rodaje lo hicimos en el año 2006 en Atiquizaya, departamento de Ahuachapán (El Salvador), en dos días, usando una cámara MAVICA de mini CD Sony. Pero creo que lo interesante es que las tres actrices (Beatriz Perdomo Pacas, Laura María Perdomo Pacas y Yesi Perdomo) se comprometieron con el proyecto, leyeron el guión y se aprendieron sus líneas.

Quiero hacer notar dos aspectos importantes de este corto. Uno, que la edición final, como la verán hoy, la hicimos mi esposa Érika Valencia-Perdomo y yo. Y dos, toda la música que aparece de fondo fue compuesta por el grupo salvadoreño ZUNCA, cuyo director es Mario Edgardo Romero Cárcamo (con excepción del «Punto Guanacasteco», que es una canción popular de Costa Rica). Los arreglos fueron hechos por Carlos Alberto Romero Cárcamo. Ambos, fundadores principales de ZUNCA, son músicos muy buenos y que admiro mucho. (Las voces líderes que se escuchan en las canciones, por orden de aparición, son las de Juan Carlos Flamenco, Carlos Alberto Romero Cárcamo y José «Chepito» Pineda). 

Bueno, sin más preámbulos, he aquí el cortometraje «Mi hermana»: 

Texto y fotografía:

Óscar Perdomo León

 

THE STEVE HOWE ALBUM en Santa Ana.

Hace muchos años conocí a unos músicos intuitivos y apasionados -como casi todo durante la juventud- en Santa Ana y juntos formamos un grupo musical llamado “Barón Rojo”. En realidad la banda fue bautizada por Bernardo, el vocalista; él era el alma del grupo; era de piel blanca, el cabello rubio oscuro y una voz envidiable. Le encantaba cantar música de Led Zeppelin.

Yo tocaba el bajo eléctrico, la segunda guitarra la tocaba Alex Canizales, la batería Carlos… y, bueno, el tiempo se ha encargado ya de borrar los nombres de los demás integrantes de mi memoria. (Ojalá alguno de ellos leyera esta líneas y me los recordara).

Recuerdo que tocábamos covers en inglés de los ´70 y los ´80 en fiestas alrededor de varias ciudades del occidente de El Salvador. Una vez -bien lo recuerdo- tocamos en una fiesta de graduación del colegio San Luis junto al Grupo Bossa.

Pero vayámonos al meollo del asunto. De todos los miembros del grupo musical, era Bernardo el que tenía más carisma, ya lo había dicho, y además un gusto musical por el pop-rock y el rock progresivo. Eso me gustaba mucho, porque aunque tocaba y cantaba canciones comunes y “comerciales” (como se le solía llamar a la música que salía en los radios hasta hastiarlo a uno y que consumía la mayoría de la población), Bernardo realmente amaba la buena música. Yo lo seguía de vez en cuando hasta su casa para oír un rato los discos que tenía y así fue como escuché por primera vez “The Steve Howe Album”. Inmediatamente le pedí que me lo grabara y ya en mi casa lo devoré por días y días. Algo que me gustó mucho fue el arte del álbum, la cubierta del disco era muy bonita y estaba llena de dibujos y de fotografías de las diferentes guitarras y mandolinas de Howe.

 Yo sólo había escuchado antes a Steve Howe en el grupo de rock progresivo británico YES; pero este álbum de Howe realmente me tocó profundamente el corazón. Es un álbum muy variado en su contenido, tiene música country, pasando por un rock setentero pero muy bien elaborado, hasta llegar a cerrar con el Segundo Movimiento del Concierto  en Re de Vivaldi, en donde el mismo Howe hizo un arreglo para guitarra y para un ensamble de cuerdas bellísimo. Steve Howe toca la guitarra solo, toca mientras canta una joven (Clair Hamill), toca su guitarra acompañado de una orquesta de 59 músicos, y por si fuera poco, lo acompañan también, si mal no recuerdo, dos integrantes del grupo YES: Bill Bruford y Alan White, ambos bateros increíbles.

Steve Howe no tiene el toque de quien interpreta música académica (aunque la toca), ni tampoco la típica forma de rasgar la guitarra de los roqueros, los que lo han oído antes saben que su manera de tocar la guitarra es absolutamente original. En fin, por todo lo que les he contado, me gustaría compartir con ustedes esta composición (All´s chord) que forma parte de «The Steve Howe Album».

Texto:

Óscar Perdomo León

Imágenes del arte de la cubierta del álbum de Steve Howe extraídas de: 

 POST DATA

He aquí el contenido de THE STEVE HOWE ALBUM

Pennants
Cactus Boogie
All’s a Chord
Diary of a Man Who Vanished
Look Over Your Shoulder

Meadow Rag
The Continental
Surface Tension
Double Rondo
Concerto in D

 

LA CASA DESAPARECIDA (en vivo) de FITO PÁEZ

La calidad de un músico no sólo se reconoce por la belleza de sus grabaciones, sino, y especialmente, por sus ejecuciones en vivo y por sus composiciones. No es lo mismo tocar en vivo que en un estudio de grabación. Aunque ambas formas de hacer música tengan sus pros y sus contras, las diferencias son obvias. Así la frescura de una se contrasta con la minuciosa elaboración de la otra.


Confieso que “La casa desaparecida” de Fito Páez me gusta mucho en la grabación original de estudio; pero no voy a negar lo impactado que quedé la primera vez que vi y escuché a Páez cantando y tocando, él solo con su piano, esta magnífica obra maestra de la música popular, en el Salón Blanco de la Casa Rosada, de Argentina.


He aquí esta versión en vivo de “La casa desaparecida” de la que les hablo, que data, al parecer, de diciembre de 2006:

Para quienes quisieran leer más sobre esta composición musical de Fito Páez, pues el 21 de abril de 2009 escribí, en este mismo blog, un artículo que se llamaba TRES OBRAS MAESTRAS DE LA MÚSICA POPULAR, en la que hablé, entre otras cosas, sobre “La casa desaparecida”, aunque esta parte específica la co-escribí con mi esposa Érika (quien es una fanática de la música de Páez).


Texto:

Óscar Perdomo León



Fotografía extraída de imágenes de Google:

http://frecuenciax.files.wordpress.com/2008/11/538px-fito_paez_-_en_casa_rosada_-_presidenciagovar_-_21dic062.jpg

BLUE IN GREEN de Miles Davis

Portada del álbum «Kind of blue»

«Blue in green» es una composición musical del género jazz que ha calado hondamente en mi corazón. Es relativamente corta, ya que dura apenas 5 minutos con 37 segundos. Pertenece al «Kind of blue» de Miles Davis.

Mi primer contacto con este álbum fue a finales del año 2001; pero confieso que lo absorbí hasta principios del año 2002, época en que pasé muchas horas de mi vida en Santa Ana, ciudad en la que estuve trabajando y que me gustaba mucho por su mezcla de urbe moderna con pueblón con olor a siglo pasado. De tal manera que cada vez que escucho «Blue in green» no puedo dejar de relacionarla un poco con esa linda ciudad de occidente.

El álbum de estudio «Kind of blue» vio la luz en el año de 1959 y es una obra maestra de arte, constituida por cinco números especiales: «So what», «Freddie Freeloader», «Blue in green», « All blues» y «Flamenco sketches».

“La grabación tuvo lugar en el 30th Street Studio de la Columbia Records en la ciudad de Nueva York en apenas diez horas repartidas en dos días, el 2 de marzo y el 22 de abril de 1959.” (1)

La trompeta es ejecutada por Miles Davis, el saxofón tenor por John Coltrane, el piano por Bill Evans, el contrabajo por Paul Chambers y la batería por Jimmy Cobb. El saxofón alto fue tocado en este álbum por Julian «Cannonball» Adderley.

Es importante saber que en el folleto adjunto al álbum se menciona que «Cannonball» Adderley tocó en todo el álbum el saxofón alto, excepto en «Blue in green».

De izquierda a derecha: Coltrane, “Cannonball”, Davis y Evans.

  

 

Esta composición musical es lenta y empieza con un piano sereno. La entrada de la trompeta con sordina de Miles es alta y limpia, melódica y triste; es una de esas ejecuciones intachablemente perfectas, llena de vida y de fuerza. Continúa el piano de Bill Evans que suena sobrio, muy bien tocado pero sin querer robarse el show. Le sigue la sublime interpretación de John Coltrane que es algo tan fuera de serie, sin pedantería técnica, con una sensualidad inherente, con una compleja sencillez tan bella que puede dejar a cualquiera estupefacto. Vuelve la trompeta de Miles como con la intención de reafirmar y luego cerrar el ciclo melódico. Baja el telón musical Bill Evans con una nostálgica serie de notas pausadas.

Con respecto a la autoría del tema Antonio Martín dice lo siguiente: “Aunque en los créditos solo se atribuya a Miles Davis como compositor de los temas, Bill Evans aportó «Blue In Green» y en «Flamenco Sketches» participó junto a Davis en su composición.” (2)
 

Para quienes no hayan escuchado nunca esta pieza de arte del siglo XX y se sientan interesados en conocerla, pueden seguir este enlace: http://www.youtube.com/watch?v=PoPL7BExSQU&feature=fvst

«Blue in green» es una auténtica obra maestra. Es una síntesis de todo lo que es el álbum «Kind of blue»: una amalgama de virtuosismo e ingeniosidad musical, una verdadera joya que ya es parte de mi vida.
 

Texto:

Óscar Perdomo León



 

 

 

(1) http://es.wikipedia.org/wiki/Kind_of_Blue

 

(2) TOMAJAZZ, Perfiles: http://www.tomajazz.com/musicos/miles/davis_kindof.htm

 

Fotografía de la portada del álbum Kind o blue extraída de http://search.creativecommons.org/?q=blue+in+green&sourceid=Mozilla-search

 

Fotografía de la grabación del Kind of blue extraída de http://search.creativecommons.org/?q=bill+evans+y+miles+davis&sourceid=Mozilla-search

SEGUIRÉ MI VIAJE

Olga Guillot

Cuando hay un amor no correspondido y el enamorado ha entendido que amar sin ser amado es una cruel quimera y entonces decide marcharse a buscar otro destino amoroso, ha empezado la liberación del amante. Van a sentir que estoy hablando de una telenovela; pero en realidad se trata de una composición musical de Álvaro Carrillo que ha sido interpretada por numerosos cantantes, la cual es «Seguiré mi viaje». Esa añeja canción, como otras similares, me provocan un «deja vu», unos recuerdos de cosas que nunca he vivido; me veo caminando por las calles empedradas de mi pueblo, junto a muchachas con peinados de los años ´40 del siglo pasado y faldas de paletones, tacones altos y labios bien dibujados.

Y la canción suena fuerte en mi cabeza: «No sufriré tu altivez, aunque puedas vivir con el mundo a tus pies, si mi más grande amor tan pequeño lo ves».

Casi puedo ver a mi papá y a mi mamá adolescentes, lado a lado, mirándose, tocándose las manos, coqueteando, sin saber que esos «inocentes» juegos conducirán a la procreación de un sujeto que muchos años después en el futuro estará escribiendo cosas y cosas en internet.

Marco Antonio Muñiz

Entre los cantantes que en más aprecio tengo por la manera tan sincera de como interpretan «Seguiré mi viaje» están la cubana Olga Guillot y el mexicano Marco Antonio Muñiz. De este último hay dos grabaciones que pongo muy en alto, una que la hizo en vivo en Bellas Artes de México y la otra -mucho más vieja aún- la conseguí en un remoto disco LP, ambas con un bello acompañamiento de orquesta; así, con el típico ruido de los viejos discos de aquella época ida, sin que eso le reste belleza a la canción.

Debo decir que me siento cautivado por el sonido de su vieja melodía, por la orquesta y por la voz de estos magníficos cantantes de una época de grandeza.

He aquí a Marco Antonio Muñiz con las dos versiones de «Seguiré mi viaje», de las que les he hablado (y otras):

SEGUIRÉ MI VIAJE, con Marco Antonio Muñiz.

SEGUIRÉ MI VIAJE, con Héctor Lavoe.

SEGUIRÉ MI VIAJE, con Amparo Montes.

SEGUIRÉ MI VIAJE, con Sonia (de Chile).

SEGUIRÉ MI VIAJE, con Sonia y Miriam.

SEGUIRÉ MI VIAJE, con Víctor Yturbe Pirulí.

SEGUIRÉ MI VIAJE, dúo de Eugenia León y Elizabeth Meza.


Texto:

Óscar Perdomo León

Fotografía de Olga Guillot extraída de https://oscarperdomoleon.com/wp-content/uploads/2010/03/olgaguillot52.jpg

Fotografía de Marco Antonio Muñiz extraída de http://latinpop.fiu.edu/discography_photos/jpgM/photo_M_661.jpg

LAS HOJAS MUERTAS, dos versiones

Chet Baker

Hay música que se le queda a uno prendida en la piel y en el corazón, por razones misteriosas. Uno puede argumentar e “intelectualizar” el porqué de ese extraño amor que uno profesa hacia determinadas cosas; pero la verdad es que sobre los asuntos del corazón todos creemos saber mucho y lo cierto es que muchos sabemos muy poco.

Así que cuando escuché por primera vez esta versión instrumental de “Las hojas muertas” (o conocida también como “Las hojas del otoño”) de Chet Baker y Paul Desmond, sin explicación alguna quedé enamorado para siempre de su interpretación. Por eso este día quiero compartirla en mi CASA con ustedes.
 

La trompeta es ejecutada por Chet Baker, por supuesto; el saxofón alto por Paul Desmond; el contrabajo por Ron Carter; la flauta por Hubert Laws; los teclados por Bob James; y la batería por Steve Gadd.

Paul Desmond

Otra cosa que amo son los diferentes puntos de vista o las diferentes interpretaciones que de una misma melodía pueden hacer los talentos artísticos. Por eso me gustaría que disfrutaran también de otra versión más de la misma composición musical, interpretada por por Tom Jones.

Sin más palabras, he aquí “Autumn leaves”:

Si no pueden ver el video, sigan este enlace: http://www.youtube.com/watch?v=Gsz3mrnIBd0

Ahora la versión cantada por Tom Jones.

Si no pueden ver el video, sigan este enlace:http://www.youtube.com/watch?v=CNQtUL8x-_8

The falling leaves, drift by the window, the autumn leaves, all red and gold. I see your lips. The summer kisses. The sunburned hands I used to hold. Since you went away the days grow long… and soon I’ll hear old winter songs. But I miss you most of all my darling, when autumn leaves start to fall…

 Since you went away
The days grow long…
And soon I’ll hear
Old winter songs
But I miss you most of all
My darling, when autumn leaves start to fall…

Texto :

Óscar Perdomo León

Anexo:

La versión en francés (para los que sigan el enlace de la versión cantada por Edith Piaf).

 


Les Feuilles Mortes

 

 C’est un chansonQui nous ressemble
Toi qui m’aimais
Et je t’aimais
Nous vivions tous les deux ensemble
Tou qui m’aimais
Moi qui t’aimais
Mais la vie sépare
Ceux qui s’aiment
Tout doucement
Sans faire de bruit
Et la mer efface sur le sable
Les pas des amants désunis.

 Video de Chet Baker y Paul Desmond extraído de: http://www.youtube.com/watch?v=Gsz3mrnIBd0

 

Video tom jones extraído de  http://www.youtube.com/watch?v=CNQtUL8x-_8


Video recomendado: Edith Piaf cantando «Las hojas muertas» http://www.youtube.com/watch?v=n2s2tPORlW4

 

 


Letra de Autumn leaves extraída de

http://www.youtube.com/watch?v=n2s2tPORlW4

 

 

 

Imagen de Chet Baker extraída de

 

http://www.jazzkeller.com/website_tech/gallery_images/ChetBakerJazzkDez.89.jpg

 Imagen de Paul Desmond extraída de

 

PROYECTO ACÚSTICO, Jazz en El Salvador


El Jazz se originó como un germen de la expresión cultural y musical de los esclavos negros de los Estados Unidos de América, en el siglo XIX, y desde entonces se ha extendido a casi todos los países del mundo, donde ha tenido un desarrollo muy variado, según la fusión que ha tenido este género musical con la cultura musical de cada país.

Hay unos pocos músicos que andan por ahí tratando de mantener viva la llama del Jazz en El Salvador. Excelente contribución para el desarrollo de una de las artes más bellas, como es la música.

Pues bien, este pasado 07 de enero de 2010 se presentó en La Luna Casa y Arte el grupo de Jazz salvadoreño PROYECTO ACÚSTICO, formado por el trío de los hermanos Romero Cárcamo, Mario Edgardo (guitarra), Carlos Alberto (dirección musical, vibráfono y teclado) y Juan Carlos (bajo). Además con ellos, Chamba Elías (guitarra y flauta), Chepito Paiz (batería) y Ernesto Buitrago (congas).

Aunque yo no pude asistir esa noche a La Luna, sí tuve la oportunidad de oír al trío de los hermanos Romero tocando en un breve pero sustancioso concierto, bastante privado, que dieron a finales de diciembre pasado en la casa de ellos. Los tres son muy buenos. Mario es un guitarrista de corazón y mente, y es muy disciplinado y ordenado al tocar. Carlos tiene un oído como pocos he visto en mi vida, un talento tremendo para la música y cuando toca lo hace tan relajado que hace parecer que las cosas difíciles se vean fáciles. Y el que me asombró, porque yo no lo había escuchado tocar antes fue el menor, Juan Carlos Romero: toca el bajo con una gran habilidad.

Pero volviendo a PROYECTO ACÚSTICO, he tenido la oportunidad de escuchar un par de grabaciones en You Tube, de las cuales les dejo aquí los enlaces para que puedan ustedes disfrutarlas.

Soul Sauce http://www.youtube.com/watch?v=or9VHdywkQI

All The Things You Are http://www.youtube.com/watch?v=IOqkf-ml0ts


Texto y fotografía:

Óscar Perdomo León

NATURE BOY

“Nature boy” es una de las más bellas canciones que he escuchado en mi vida. Salió al aire por primera vez en 1947 y fue compuesta por Eden Ahbez.

 

 

He oído muchas versiones de ella, empezando por supuesto con la que canta Nat King Cole y pasando por algunas versiones instrumentales muy buenas, como la del dios del jazz Miles Davis o la del japonés Makoto Ozone. La cantada por la chilena Claudia Acuña me gusta mucho, porque es una interpretación vocal muy bien hecha, con un arreglo muy moderno de jazz y al cual, al final, le imprime un ritmo latino. La hija de Nat King Cole, Natalie Cole, grabó hace unos años un disco homenaje a su padre en donde cantó también “Nature boy”, con el bellísimo acompañamiento de una orquesta.

 

Pero la interpretación que verán y escucharán a continuación es una de las más grandiosas. Se trata de George Benson (uno de mis cantantes y guitarristas favoritos) y de Natalie Cole, cantando juntos en vivo.

NATURE BOY

http://www.youtube.com/watch?v=yqNRReLD9CU#watch-main-area

There was a boy, a very strange enchanted boy. They say he wandered very far, very far over land and sea. A little shy and sad of eye, but very wise was he. And then one day a magic day he passed my way and while we spoke of many things, fools and kings this he said to me: «The greatest thing you’ll ever learn is just to love and be loved in return».

Texto:

Óscar Perdomo León

 

Video de “Nature boy”

http://www.youtube.com/watch?v=yqNRReLD9CU#watch-main-area

 

Foto de George Benson extraída de: http://www.allthegigs.com/concert-reviews/images/band_pics/1123.jpg

 

Foto de Natalie Cole extraída de:

http://www.unf.edu/35th/founders/images/nataliecole.jpg

 

Letra de “Nature boy”: http://www.sing365.com/music/lyric.nsf/Nature-Boy-lyrics-Nat-King-Cole/ADF31EF29958DA5948256AF1000B59DE