Cuando un familiar o un amigo cercano se nos muere, lo lloramos. Después de un tiempo, algunas semanas, quizás algunos meses, dejamos de llorar y sólo suspiramos. Cuando pasan algunos años estamos seguros que su recuerdo no nos abandonará nunca y sonreímos convencidos de que ese lazo entre ellos y nosotros no se romperá hasta el día de nuestra muerte.
Estos sentimientos, caminando de paso en paso en el tiempo, los experimenté cuando murió mi padre (Óscar Alfredo Perdomo Escobar, 1939-1972). 40 años han pasado desde entonces y todavía hay noches en que pienso en él; y si no fuera por las fotografías que tengo suyas podría decir con mucho dolor que su rostro casi se ha desvanecido irremediablemente de mis recuerdos, pero mi amor y mi admiración hacia él siguen firmes. Ya no lloro, sin embargo.
Ahora bien, hace poco me tropecé sin querer, como suele suceder en estos tiempos de Internet, con dos viejas composiciones que mi padre escuchaba insistentemente. Éstas, por alguna razón, sí estaban firmemente grabadas en mí y no se habían desvanecido para nada. Las recordaba muy clarito. Como recuerdo ahora mismo también aquella escena familiar en la sala de mi casa: el disco LP daba una y mil vueltas en el aparato de sonido, la funda donde se guardaba el disco tenía esa fotografía tan especial, el busto que parecía de mármol tenía un par de audífonos, ojos reales y de uno de ellos rodaba una lágrima… Mi papá se quedaba recostado en un sofá, mirando el techo o cerrando los ojos, alternativamente, mientras la magia de la música lo envolvía, sin saber que la presencia de él mismo y la asistencia de esa magia musical también a mí me estaba cobijando (y me cobijaría para siempre).
La primera canción de la que les estoy hablando es JE T´AIME. MOI NON PLUS. La original de esta canción fue grabada y cantada en 1969 por su mismo compositor, Serge Gainsbourg, y se volvió muy famosa y muy polémica, porque Jane Birkin, quien la cantó a dúo con Gainsbourg, simulaba un orgasmo. (Yo no sabía nada de esa controversia para entonces, por varias razones, entre ellas, yo sólo tenía 6 años de edad y la versión que oíamos era la instrumental).
Luego esta canción francesa me llevó inevitablemente a la otra: JIMENA, compuesta por Waldo de los Ríos, la cual está llena de ternura y nostalgia. Ambas, poseedoras de unas melodías muy bonitas, se encontraban en el volumen 2 del álbum de 1970, «El sonido mágico de Waldo de los Ríos» (un disco que estaba formado en su mayoría por versiones de canciones populares, orquestadas; aunque había un par de composiciones originales de Waldo de los Ríos, como «La Residencia», la cual había sido hecha para la película de 1969 del mismo nombre). Waldo de los Ríos, compositor argentino, pianista, arreglista y director de orquesta (1934-1977).
Y al hallar estas dos composiciones me alegré, porque era una manera tangible de recuperar la memoria de mi querido padre. E inmediatamente las puse a sonar y al haber pasado tanto tiempo pensé -o me obligué a pensar-: «Ya no lloro, sin embargo.»
O eso es lo que yo creía. Porque el problema es que cuando encontramos un viejo objeto que no veíamos en mucho tiempo, una canción que no habíamos escuchado en siglos, un objeto-tesoro que está relacionado directamente con nuestro ser querido ya muerto, entonces -¡lo he comprobado indudablemente!- las lágrimas regresan, como si nunca se hubieran ido, intensas, abundantes, reparadoras…
JE T’AIME. MOI NON PLUS.
Interpretada por la Orquesta de Waldo de los Ríos.
Texto:
Óscar Perdomo León