Puede ser que la beatificación de Óscar Arnulfo Romero les dé completa satisfacción a los católicos (aunque estoy seguro que no a todos los católicos).
Sin embargo para aquellos que no son católicos o para aquellos que no son creyentes, la beatificación de Monseñor Romero no tiene un gran significado, si detrás de toda la ceremonia, ritos, platillos, coros y tambores, la impunidad de su muerte es todavía una cicatriz vergonzosa y dolorosa para el sistema de justicia de El Salvador.
No niego que el hecho de que el Vaticano lo nombrara beato, ha sido ciertamente una aceptación y confirmación de la gran condición moral que Monseñor Romero manejó durante su vida.
Pero es importante no perder de vista por qué se le nombró beato. Porque no fue por «un milagro», sino por su martirio.
¿Y por qué fue martirizado Monseñor Romero? Pues porque tuvo la valentía de denunciar las injusticias en un El Salvador convulsionado por un clima político represivo y violento. Y eso que él hizo, en aquellos días tan aciagos, lo llevó a cabo con el más sincero amor hacia los desposeídos, hacia los que siempre han estado marginados de la educación y los beneficios de la justicia.
Y esos mismos desposeídos son los que ahora, todos los días, «ocho días a la semana», se largan huyendo de El Salvador, buscando las oportunidades que este país no les brinda.
La beatificación de Monseñor Romero no es suficiente.
La beatificación de Monseñor Romero no es suficiente porque su asesinato, como los de muchos otros, aún está en la impunidad. Y los encargados de hacer justicia, continúan con los brazos cruzados, sólo mirando como el baño de sangre sin castigo, continúa manchando a nuestro querido El Salvador.
Escrito por
Óscar Perdomo León
***
Fotografía: Tumba de Monseñor Romero, tomada en el año 2009 por Óscar Perdomo león.
***
Artículo relacionado: MONSEÑOR ROMERO Y ROQUE DALTON COMPARTEN ALGO MÁS QUE EL MES DE MAYO