
DESDE UN BARRANCO HASTA CIELO.
Escrito por
Óscar Perdomo León.
I
La última vez que lo vi con vida fue durante la tarde del 23 de diciembre de 2022. Estaba delgado, muy agotado y respirando con dificultad, por eso platicamos muy poco. Era una escena desconsoladora. Había sido desahuciado en el hospital del Seguro Social, por un cáncer de tiroides con metástasis masivas hacia ambos pulmones, y lo habían enviado al hospitalito de la Divina Providencia.
El día siguiente era la celebración de la Navidad y mi hermana y yo le dijimos que iríamos a traer a mi mamá a Atiquizaya para poder estar todos juntos el 24.
̶ ¿Y ahora qué me van a dar de tratamiento? ̶ me preguntó, con cierta esperanza. La respuesta no era sencilla, tomando en cuenta que soy médico.
Contuve las lágrimas y no pude responderle nada. Sólo lo abracé. Aunque en verdad con mi silencio le respondí todo.
Pero no estoy escribiendo esto para contarles sobre nuestra vida de adultos, con sus dolores, sus dificultades y sus significativas pérdidas; en realidad estoy escribiendo esto para rescatar un tesoro, una perla perdida; escribo para traer al presente la época de la inocencia y la despreocupación, esa estación llena de un torrente de brillo que nadie podrá arrancar nunca de mi corazón: nuestra niñez.
II
Muchas cosas se han quedado perdidas en el olvido. Por eso pienso a veces que, si no tengo la capacidad de recordar muchas cosas propiamente mías, mucho menos voy a poder recordar cosas de la niñez de otra persona; sin embargo, la otra persona de la cual quiero hablarles no es cualquier desconocido; por el contrario, esa persona era un ser muy especial para mí y su vida siempre estuvo y estará adherida a la mía: mi hermano Mario Roberto.
Además, pienso que no se trata sólo de enumerar un sin fin de recuerdos infinitos, sino de rememorar unos cuantos que sean representativos de aquella época.
Bueno, es cierto que no tengo clara toda mi niñez, pero con seguridad la mayoría de personas tampoco. Miro hacia mi pasado y veo que está lleno de neblina. “La mente es porosa para el olvido”, escribió Borges. Y sin embargo, hay eventos de mi vida infantil que son como relámpagos que alumbran y suenan con fuerza en mis evocaciones. Trataré de traer a estas páginas algunos de esos relámpagos.
III
Quizás uno de las cosas que recuerdo con más certeza es que durante algunos años de nuestra niñez fuimos muy, pero muy felices. Era ese tipo de felicidad inocente y explosiva. Uno de esos destellos intensos fue la Navidad de 1971; mi mamá y mi papá pusieron una música muy bonita y nos gritaron que ya era hora de abrir los regalos. No fue nada fuera de serie, pero para Mario y para mí fue un instante que, aunque magnificado por nuestra ingenuidad e idealismo, fue un momento que siempre recordábamos como mágico.
Pero no nos adelantemos.
La primera memoria que tengo de ese ser tan especial (o, para decirlo de otra manera, la primera vez que lo vi) él estaba dormido en una cuna grande y celeste, y tendría unos 9 meses de edad. Fue en 1968. Yo en cambio tendría unos tres años y medio más o menos, y para esa época yo tenía un carácter muy inquieto y recuerdo que no soportaba verlo dormir, porque se la pasaba, como es lógico a su edad, con los ojos cerrados todo el día. Así que recuerdo que yo puse mis manos en el colchón de la cuna y me incliné para alcanzar a verlo. Había una paz inherente a él. Parecía muy tranquilo, como un angelito sin maldad −¡y en verdad lo era!−. Ya de grande también fue así, dotado con una facilidad inmensa para dormir. Lo más particular de él, cuando lo vi, era su color de piel, tenía un tono muy blanco, tirándole a la palidez y que yo lo relacionaba con la yuca. Recuerdo que mecí la cuna con mucha fuerza y él se despertó, más que asustado, sorprendido, y me miró por unos segundos. Y luego se volvió a dormir. Entonces repetí el sabotaje de su sueño dos o tres veces más, y él, sin reclamar o llorar, sólo se despertaba, me miraba y se volvía a dormir. Hasta que mi mamá entró y me sacó del dormitorio.

Fotografía: Rosa Noemí León de Perdomo y Óscar Alfredo Perdomo Escobar.
IV
Ese niño tan bonito, tan chelito y tan tranquilo, era mi hermano Mario Roberto Perdomo León. Aunque en la alcaldía fue asentado un 6 de junio, en realidad nació un 5 de junio de 1967, en Atiquizaya, Ahuachapán.
Los años sesenta y el principio de los años setenta fueron una época maravillosa para nosotros dos. En esos días dimos rienda suelta a nuestra fantasía pueril. Jugábamos de una y mil cosas, con juguetes o sin juguetes, con todo y con nada, con cualquier cosa que tuviéramos al alcance, porque lo único que necesitábamos era nuestra imaginación.
V
Mi papá hacía poquito que nos había comprado un televisor en blanco y negro, frente al cual nos sentábamos por horas y horas. Ese televisor estaba conectado a una antena vertical y larga que estaba instalada en el techo de la casa; a veces tenía que venir un señor trabajador para que se subiera al techo y arreglara la posición de la antena, de tal manera que la imagen de la televisión se viera más nítida.
El señor que llegaba con frecuencia a arreglar esa antena se llamaba Simeón Albanés y era conocido cariñosamente como Moncho. Pues con respecto a esto, tengo bien presente que Mario Roberto y yo lo veíamos a él casi como un héroe, porque para nuestros ojos infantiles él tenía la habilidad de subirse al techo, a ese techo tan alto que nosotros veíamos inalcanzable. Por eso a veces con la imaginación nos subíamos al techo, y jugábamos a ser Moncho.
Por las tardes, en la hora en que ya había salido de la escuela, yo me prendía de las viejas películas gringas, ya dobladas al español, de los años cuarenta y cincuenta. Y Mario siempre me andaba rondando, como casi todos los hermanos menores hacen con sus respectivos hermanos mayores.
Mi papá también había comprado un tocadiscos, a través del cual Waldo de los Ríos o Billy Vaughn nos despertaban los domingos. Mi papá era un melómano insaciable y gracias a él tuvimos nuestro primer contacto con la música. Yo era un niño de 6 años de edad y mi hermano de 3; a los dos nos gustaba escuchar música.
VI
Mario Roberto era de una manera peculiar muy distraído, pero esa distracción que nosotros veíamos eran en realidad la imaginación y la curiosidad revoloteando en su cabeza; recuerdo que siempre desarmaba los juguetes que nos compraban.
Cuando nos mandaban a lavarnos las manos para ir a comer, él se quedaba varios minutos distraído jugando con el agua. Mi mamá se molestaba y lo tenía que llamar varias veces para que llegara a comer. Hoy nos reímos de ese recuerdo.
VII
A principios de 1972 mi papá se compró una grabadora con cassette y tuvo la idea de grabar las voces de toda la familia. Gracias a eso es que tenemos la voz de mi hermano grabada en un cassette (que luego yo la pase a digital). En esas grabaciones se escucha hablar a Mario Roberto con una voz muy infantil e inocente, con dificultades cómicas para pronunciar la letra r, que desencadenaba la ternura y la sonrisa de quien lo escuchara.
VIII
Nosotros vivíamos en Atiquizaya y mi papá trabajaba en Ahuachapán. En una ocasión mientras mi papá se despedía de mi mamá para irse a trabajar, Mario Roberto, de unos 5 años de edad, se subió a escondidas en el carro. Mi papá manejó hasta Turín cuando de pronto escuchó una vocecita:
−¿Y aquí por dónde vamos?
Mi papá alcanzó a ver a Mario en el asiento trasero y se sorprendió, aunque también le causó gracia la travesura. Tuvo que regresar a la casa a dejarlo. Unas semanas después, Mario iba a subirse nuevamente a escondidas al carro, pero esta vez lo atraparon in fraganti.
Esta siempre ha sido una anécdota infaltable cuando recordamos a Mario Roberto.
IX
Bueno, ya me acerco casi al final de mis palabras, por lo que no puedo dejar de mencionar algo muy importante, algo que caracterizaba a Mario Roberto: nunca vi en sus intenciones o en sus acciones un asomo de maldad. Hay personas que nacen ya con los genes de la maldad incorporados; por el contrario, Mario Roberto nació con el don de la bondad. Nunca había en él segundas intenciones ocultas o hipócritas. Siempre fue así, de niño y de adulto. Mario Roberto era una persona cristalina, muy sincera y honesta.
X
Ya casi para terminar mi relato, les contaré un par de últimos recuerdos felices de nuestra infancia.
En noviembre de 1972 Mario y yo estábamos jugando con un neumático de carro en el patio de nuestra casa, cuando escuchamos que abrían la puerta principal: eran mi papá y mi mamá que regresaban del hospital de Santa Ana, en donde había nacido nuestra hermana Wendy.
Corrimos desde el patio a recibirlos y mi papá, que traía en sus brazos a nuestra hermanita, se agachó para que pudiéramos verla de cerca. Mario y yo estábamos, al mismo tiempo, asombrados y felices. Era la personita más bonita que habíamos visto en nuestras vidas.
Mario y yo fuimos testigos de cómo mi papá cargaba en sus brazos a nuestra hermana y le cantaba canciones.
En una ocasión mi mamá dejó en la cama a Wendy, de unos tres meses de edad, y nos dijo que la cuidáramos mientras ella iba a la cocina a traer algo. Nosotros estábamos comiendo pan con azúcar y accidentalmente derramamos sobre la cabeza de nuestra hermana un poco de azúcar. Mi mamá se enojó mucho. Hoy, al recordar ese accidente o imprudencia, se ha vuelto otra de esas anécdotas de las cuales nos reímos en las pláticas de sobremesa.

Fotografía: Wendy Perdomo.
XI
Me despido ya, pero antes de irme les diré que en esas grabaciones que hizo mi papá se encuentran a muchas personas hablando y cantando, mas quiero transcribirles algo en particular: en uno de sus fragmentos se escucha a mi papá dialogar con Mario Roberto, a manera de juego:
̶ Ni me quiere.
̶ Como no ̶ contesta Mario Roberto.
̶ Poquito ̶ dice mi papá.
̶ No, bastante.
̶ ¿Cuánto?
̶ ¡Desde un barranco hasta el cielo!
*
Mario Roberto, mi papá y yo.
**
Agosto de 2023.
El Salvador en la América Central.
Ingeniero MARIO ROBERTO PERDOMO LEÓN
(Atiquizaya, 5 de junio de 1967 / San Salvador, 24 de diciembre de 2022)
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DESDE UN BARRANCO HASTA EL CIELO
(Las voces originales)
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