Creo que «Cien Años de soledad» ha sido uno de los libros más grandes y maravillosos que se haya escrito jamás. Cuando me tropecé con él la primera vez, me quedé flotando como en otro mundo, totalmente extasiado, iluminado por la historia y por su manera de ser contada. Sus múltiples personajes, como Melquíades, Úrsula Iguarán o José Arcadio Buendía, a quienes llegué a amar y a recordar y a recordar, aun con el largo paso del tiempo, tenían algo inusual, porque a pesar de haber miles de millones de libros en el mundo, son pocos los personajes que se quedan grabados en la memoria colectiva del tiempo.
Y así, de esa misma manera, aprendí a amar al escritor Gabriel García Márquez, sin conocerlo personalmente, pero sintiéndolo cercano, admirándolo, respetándolo. Si sólo hubiese escrito «Cien años de soledad», habría bastado para que yo lo recordara por siempre. Pero el prolífico escritor nos ha dejado a todos un inmenso legado literario, no sólo en cantidad, sino en calidad.
Entrar sin previo aviso a «Cien años de soledad» y leer las las primeras palabras, es como colisionar con el universo y el tiempo, y descender en caída libre hasta un mundo mágico y extraordinario: Macondo.
«Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces una aldea de veinte casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos.»
¡Hermoso! En las primeras dos frases estamos en el futuro y, después de la segunda coma, viajamos automáticamente hacia el pasado, hacia los primeros días de la mítica ciudad de Macondo.
Cuando he releído alguno de los capítulos de esta novela, siempre he tenido descubrimientos gratos, y he vuelo a sonreír y a llorar entre sus páginas. Cien años de soledad es una fuente inagotable de vida, muerte, magia e ilusión.
El jueves 17 de abril, mientras hacíamos con mi esposa Érika una visita domiciliar a una paciente, escuchamos por la televisión que había muerto el gran Gabriel García Márquez. Su muerte nos impactó y nos dolió. Cuando regresábamos en el carro a nuestro hogar, mi esposa y yo no pudimos evitar derramar, casi en silencio, unas lágrimas.
Hay pesar en Latinoamérica y en el mundo entero.
«Cien años de soledad» seguirá viviendo en mi corazón hasta mis últimos días y mi último respiro. Y estoy seguro que vivirá también en los corazones de las generaciones venideras.
Texto:
Óscar Perdomo León
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Para quien quiera leer completa la novela «Cien años de soledad», lo puede hacer aquí, dando un clic al siguiente enlace: CIEN AÑOS DE SOLEDAD Gabriel García Márquez.
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