DOS POETAS, DOS RECUERDOS
NIÑEZ
Cuando era un niño de apenas 8 ó 9 años, me aprendí el poema «Ascención», de Alfredo Espino. Y los recitaba y lo recitaba a mi mamá y a mis hermanos y al aire, a quien quisiera o no quisiera escucharlo…
Ese recuerdo trae consigo una cascada de memorias de mis primeros pasos en mi pueblo.
A esa edad raramente podía salir a caminar lejos de la zona urbana de mi ciudad. Sin embargo, un día me dieron permiso de salir con mis primos que, a mi manera de ver, eran a su corta edad ya unos grandes conocedores del territorio urbano y rural del municipio. Fue así que conocí una finca cercana. Ahí nos divertimos mucho. Las imágenes bucólicas de ese viaje que aparecen en mi mente se relacionan muy bien con los poemas de Espino. Y todo ese colorido, los olores, las plantas, los animales del campo, todo ha quedado muy cerca de mi corazón.
ADOLESCENCIA
En mi adolescencia leí un libro que me impactó mucho: «Desde la sombra», de Rafael Góchez Sosa. Creo que su magia consistía en la manera tan sin pose en que estaba escrito; sus versos rebosaban de sinceridad y carecían totalmente de petulancia.
En esos días escuchaba mucha, mucha música y mis ojos miraban el conflicto armado salvadoreño con ojos de esperanza; creía de verdad que el país cambiaría y se convertiría en una gran fuerza de justicia en América. Aún lo creo, pero de una manera diferente.
Al pasar de los años, he visto como la democracia, a paso de tortuga, se ha ido instalando en nuestro país, ¡pero nos falta tanto!
La música, que es infinita y bella, como lo he constatado con el pasar del tiempo, con sus muchos y tan variados géneros, navega en mí como los glóbulos rojos, en cada vena y cada arteria de mi cuerpo.
Y los poemas de Góchez Sosa aún suenan en mi cabeza.
«Parque Viejo», del viejo pueblo que me vio nacer.
Texto:
Óscar Perdomo León
Fotografías:
Érika Valencia-Perdomo
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