El Salvador es un país ingrato. Premia a los ladrones y castiga a la gente honrada.
Este país, que tiene una larga historia de dictaduras y una reciente guerra civil, sangrientas ambas, no ha avanzado nada en lo esencial, es decir, en el campo de la justicia social.
ACLARACIÓN OBLIGATORIA. La justicia social implica muchas cosas, pero una de las principales es que la gente tenga acceso a un trabajo con un sueldo digno (ya es bien sabido por todos que el sueldo mínimo en El Salvador no logra cubrir la canasta básica de alimentos).
La gente se sigue yendo de aquí para el extranjero (especialmente para Estados Unidos) todos los días y en grandes oleadas.
Y eso tiene muchas causas, por supuesto; una de ellas es, como ya escribí arriba, la cuestión económica; pero también hay una cosa que impide que este país sea más humano y feliz: la educación.
La educación ha sido severamente descuidada por mucho tiempo. La ignorancia crece con fuerza y los valores morales se van desmoronando con cada generación que viene.
Y de esta degradación educativa no sólo son culpables nuestros gobernantes, ni sólo son responsables los multimillonarios que dirigen de una manera muy egoísta a El Salvador. También nosotros, los ciudadanos comunes y corrientes, cometemos faltas y somos artífices de esta dualidad de infierno-paraíso en el que vivimos.
¡Ay, mi gente, cómo quiero a El Salvador! Y quisiera verlo diferente. Pero pareciera que este país no tiene solución.
Pero ¿podemos hacer algo nosotros para mejorar al Pulgarcito?
Sí, podemos. Hay cosas que están a nuestro alcance, en nuestros hogares.
Corrijamos a nuestros hijos desde pequeños.
Enseñemos a nuestros hijos a ser responsables; a saludar a los demás; a respetar a las otras personas, sin importar su color de piel, estatus social o edad.
Enseñemos a respetar a las personas que tienen preferencias sexuales diferentes a las nuestras.
Enseñemos a nuestros hijos a no discriminar a las otras personas sólo porque tienen una religión distinta. Enseñemos también a nuestros hijos a no despreciar a los que no tienen ninguna religión y no creen en ningún dios (un porcentaje alto de los científicos y libre pensadores en la actualidad son ateos).
Enseñemos a nuestros hijos el valor de la puntualidad, que es una forma de respeto hacia los demás.
Enseñemos a nuestros hijos a ser honrados y no tendremos en el futuro gobernantes deshonestos.
Una última cosa. Tres consejos.
A los niños de ayer que se dedican a la odontología, al profesorado, a las artes (como la música, la pintura o la poesía, por ejemplo) a la Medicina, al Derecho, a vender en los mercados o a cualquier rama del trabajo, les doy un consejo sano: no se unan en grupitos con el único objetivo de pisotear a los demás y de creerse los mejores.
A los niños de ayer que hoy son empleados de oficinas públicas, les pido: vayan a sus oficinas a trabajar y no a perder el tiempo; atiendan bien a los usuarios.
Un llamado especial a los niños de ayer que ahora trabajan en la radiodifusión: mejoren la calidad de música que ponen en sus programas de radio. Pongan también aunque sea de vez en cuando música hecha en El Salvador. La gente consume lo que ustedes programan. (Felicitaciones para una minoría de locutores que de verdad se esmeran en elevar la calidad del gusto musical de nuestra gente.)
Interioricemos la educación y demos ese regalo maravilloso a nuestros hijos y a nosotros mismos. Ahí estaremos dando el primer paso.
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Escrito por:
Óscar Perdomo León
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Fotografía:
Una calle de una ciudad del occidente de El Salvador, tomada por Óscar Perdomo León.
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Me llega oscar igual q tu tenemos los mismos deseos pero para algunos nos cuesta expresarlo te agradesco y saludos.
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Qué bonito coincidir. Muchas gracias, Fito.
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Buena observacion y filosofía, ojalá y lo leyera mucha mas gente…
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Muchas gracias, Carles.
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