¿Y qué pasó con esa amistad que usted formó con Salarrué? ¿Se mantuvo a través del tiempo? –preguntó Amelia.
-Sí, por mucho tiempo –contestó doña Catalina.
-Ay, era un hombre tan guapo. Yo me hubiera enamorado de él.
Doña Catalina sonrió.
-Hay algo que te voy a contar, Amelia. Es un suceso muy íntimo, y creo que ahora que ha pasado mucho tiempo y que me parece por momentos como si sólo hubiera sido un sueño, es hora de que se lo cuente a alguien.
Amelia escuchaba atenta y silenciosa, mientras servía unas tazas de café. Doña Catalina, sin mirar a Amelia, con la vista puesta hacia la ventana que daba a la calle, siguió hablando pausadamente, pero con mucha emoción en la voz.
-Él era un hombre muy atractivo, no sólo físicamente, sino espiritual e intelectualmente. Una tarde lo cité y nos vimos en la casa de una buena amiga. Allí charlamos mucho y en un momento en que nos reíamos de algo, ya no recuerdo de qué, él me besó. Y no hice nada más que enamorarme de él. Esa tarde romántica y deliciosa, me entregué a él. Y aunque sabía que estaba casado y que ya tenía una hija, no podía resistir no mirarlo, no sentirlo, no hablar con él.
-¡Señora! –exclamó Amelia, entre sorprendida y feliz.
-Sí, Amelia, fue una locura; pero fue una de esas locuras de las que una nunca se arrepiente. Te aseguro que en sus brazos fui muy feliz.
-¿Y cuánto tiempo…?
-Fue poco tiempo. Un año con un par de meses más, quizás… Y en ese tiempo nos vimos unas cuantas veces solamente.
Los ojos de Amelia brillaban y su mente viajaba en la imaginación.
-Fue un tiempo de mucha dicha para mí. Tenía una voz muy sensual y reposada. Y su mirada estaba llena de luces de tranquilidad. Estar con él era como tocar la paz y la serenidad.
Doña Catalina se levantó y se acercó a la ventana. Y así, de espaldas a Amelia, continuó:
-La última vez que lo vi me dijo que me amaba, pero que amaba más a su esposa y que debíamos dejar de vernos. Sin dramas ni tragedias, acepté sus razones y me alejé de él. Pero esa tarde, cuando él salió por la puerta, lloré en silencio, como nunca había llorado antes…
***
Escrito por
Óscar Perdomo León
***