Es increíble el destino de los libros. El ser humano siente una acumulación en su corazón, que no lo deja tranquilo, entonces toma una página y escribe. Y luego otra página y otra… Con los meses o los años, ha escrito una novela. ¿Y qué es una novela –el manuscrito original- en la casa del que la ha escrito? Es un libro escondido o casi perdido. Es un cúmulo de palabras que no respiran ni se mueven. No hay respuesta para ellas. No es más que un texto asfixiado, un volumen muerto.
Pero luego una editorial lo edita, lo imprime y lo publica (o lo resucita, que es lo mismo). Y es asombroso y hasta fascinante como pueden pasar años y años, quizás siglos, tal vez recorriendo océanos, horas y días, para que ese libro se la pase en una librería durmiendo, antes de caer en las manos del lector adecuado, del humano clarividente que sabrá interpretar su mensaje y su belleza.
A veces tienen que pasar vicisitudes, accidentes, cosas inimaginables y quizás hasta sucesos que se parecen mucho a los milagros, para que ese alguien, sin buscarla, precisamente en el año adecuado y en el lugar exacto, encuentre en la librería menos pensada, la novela solitaria, la somnolienta, la oportuna para su alma… la adecuada.
Pero que no les quepa duda que valdrá la pena el añejamiento del papel y la tinta que rodará en el tiempo. La unión del esfuerzo creativo a un extremo de la cuerda y la bienvenida gentil y amorosa en el otro extremo, será explosiva. ¡El disfrute para ese alguien, entre cada párrafo y cada página, será orgásmico!
¿Y qué es la vida, sino un paseo por ese ejemplar de novela, por esa narración de largo aliento que es la conveniente, la apropiada para su corazón y su cerebro, entre miles y miles que se han escrito?
Pues déjenme contarles, amigos y amigas, que esa misma seducción embrujada que le provocará a ese alguien la novela adecuada, fue la misma fascinación que sentí cuando conocí y me enamoré de Érika.
Texto y fotografía:
Óscar Perdomo León