DÍA DEL MAESTRO


El 22 de junio es el día del Maestro en El Salvador y he recordado a los profesores que durante toda mi vida escolar me enseñaron tantas cosas. Aunque a unos los recuerdo más que a otros.Por ejemplo, a la “señorita Vicki”, Victoria Gutiérrez, de Chalchuapa, la recuerdo bien que llegaba a la escuela manejando un escarabajo alemán, con una sonrisa y una alegría que la transmitía a su clase. Ella fue quien me enseñó a leer y escribir, y fue mi profesora de primero y segundo grado. Años después cuando nos encontrábamos casualmente, siempre nos saludábamos muy contentos. Tengo muchos años de no verla; pero siempre la recuerdo con mucho cariño.Ana Germánfue mi profesora de laboratorio de química. Después de terminar la clase había un par de alumnos que nos quedábamos haciéndole preguntas que ella nos contestaba amablemente. Después nos leía fragmentos de libros de escritores salvadoreños; bien recuerdo cuando nos leyó con una gran emoción “El jetón” de Arturo Ambrogi. Estoy seguro que ella me enseñó más de literatura que cualquier otro profesor de letras que yo haya tenido: me inculcó el amor a la lectura. Tampoco olvido el libro que me regaló: “Corazón”.Durante mi vida universitaria, conocí grandes profesores, verdaderas eminencias del conocimiento; pero debo decir con cierta decepción, que aun cuando numerosos de estos doctores que fueron mis tutores sabían mucho, muy pocos tenían las herramientas pedagógicas necesarias para transmitir lo que sabían; es más, algunos    –los menos por fortuna- de ellos hasta trataban deliberadamente de desmotivar al estudiante, tratándolo con irrespeto, insultando su autoestima y guardando con egoísmo el conocimiento. Pero, como decía, los profesores que sí se interesaron en enseñarme el “arte de la Medicina”, se mostraban sin arrogancia y compartían con placer sus experiencias y conocimientos. Con estos últimos estoy en deuda eterna.

Finalmente quiero hablar, aunque rompa con la cronología de mi relato, de la que fue mi profesora de quinto grado de primaria. Ella me enseñó muchas cosas, no con palabras, sino con el ejemplo vivo, como el valor de la honestidad, la responsabilidad en el trabajo y la puntualidad. También me mostró el placer de la lectura con el simple hecho de verla disfrutar leyendo. Recuerdo bien, por ejemplo, que antes de ir a ver al cine la película “Papillón”, con Steve McQueen y Dustin Hoffman, ella ya se había leído toda la novela homónima. La recuerdo con claridad comentándola con su amiga Ana Berta.

Ella, que muy tempranamente enviudó y que con amor y sacrificios me llevó por los senderos de la vida, es mi madre, Nohemy León de Perdomo, que ejerció el magisterio con dignidad y entrega, con verdadera vocación y nació –por casualidad o porque las fuerzas del destino así lo quisieron- un 22 de junio.

Recuerdo cuando mi mamá preparaba sus clases, investigando y consultando libros. Siempre fue emprendedora y como el sueldo de profesora era muy bajo, empezó a viajar a San Salvador para comprar lana e hilos para bordar y hacer crochet, y puso una pequeña tienda en nuestra casa; con ello teníamos una pequeña entrada extra. Otra cosa admirable de ella fue que en una época de mucha crisis económica, mi mamá comenzó a trabajar dando clases en tres turnos diferentes, mañana, tarde y noche. Era una locura; pero la necesidad de mantener a sus tres hijos y su hogar la empujó a tal hazaña. (Durante ese tiempo mis dos hermanos y yo permanecíamos más tiempo sin su presencia; pero aún así, con su ejemplo de amor y honradez, los tres nunca nos desviamos de la rectitud y hemos llegado a ser personas trabajadoras y de bien, con sensibilidad social). Pero el esfuerzo físico y mental que mi mamá realizaba por nosotros la consumió rápidamente y la hizo colapsar en unos meses. Fue ingresada en el hospital con una severa gastritis, debido a la mala alimentación y al estrés.

Sin embargo, esto no la detuvo y continuó trabajando dos turnos; pero siempre con entusiasmo en la docencia y sin amargura.

Aún hoy después de jubilada, sigue ejerciendo el amor a la lectura y además siendo el apoyo pedagógico de su nieto Carlitos.

Desde este espacio íntimo que me pertenece le digo gracias a mi mamá por todo y gracias a todos los maestros que de verdad se interesan en sus alumnos y no sólo van a su trabajo a sobrevivir y a pasar el tiempo. Los maestros son una verdadera luz cuando enseñan con amor y con humildad, dos instrumentos inseparables para conducir al estudiante a través del universo del saber. Cuando el maestro disfruta lo que hace, el alumno lo percibe, lo interioriza y la sed de conocimientos no se le agota nunca.
Sólo teniendo mejores estudiantes, tendremos mejores profesionales,
lo cual hará de El Salvador un país más grande.
Ojalá que en El Salvador de aquí en adelante se valoré más a los maestros y se les dé una formación más sólida y mejor cada día. Que se les mejore los sueldos, que se les motive a estudiar y actualizarse. Ojalá que nuestros niños vuelvan a tener grandes maestros como los que se graduaban de la extinta Normal “Alberto Masferrer”.
Gracias a los maestros y maestras que sueñan con un mejor futuro para sus alumnos y para nuestra patria. A ellos, gracias por todo.

Feliz día del maestro y feliz cumpleaños, mamá.

Texto y fotografías:

Óscar Perdomo León

20 de junio de 2009

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