Hace un par de días mi esposa Érika y yo fuimos a un pequeño pueblo del departamento de Cabañas, conocido como Guacotecti. Nos gustó el ambiente tranquilo del lugar. Sus habitantes no corren de un lado para otro, como los de San Salvador; aquí en Guacotecti, por el contrario, los habitantes de se sientan y se toman su tiempo.
Guacotecti es visitado frecuentemente por los habitantes de Sensuntepeque debido al sabor de sus ricas pupusas; aunque también hay un par de lugares más en donde también se venden otro tipo de comidas, como burritos, tacos o hamburguesas.
Nos agradó mucho darnos cuenta que en el parque los jóvenes habían improvisado una cancha de fútbol y un árbitro se encargaba que el juego siguiera las reglas universales de dicho deporte.
Esto que voy a decir no es nada nuevo, pero parece ser que nuestros políticos no lo han entendido: el fútbol puede ser un preventivo de la violencia. Si los jóvenes se mantienen ocupados en cosas positivas, crecerán como hombres positivos y no como criminales. Por supuesto que el origen de la violencia en El Salvador es multifactorial, pero si hubiese más canchas y más apoyo para los jóvenes en la cuestión del deporte, estoy seguro que la violencia disminuiría.
El factor de los jóvenes con familias destruidas o disfuncionales, o el factor de la opresión económica y de la diáspora de los pobres hacia los Estados Unidos y hacia otros países, son temas muy profundos, de los cuales se puede hablar en otro momento.
Pero ver la emoción y la entrega de los jugadores es algo muy motivador.
Siempre he creído que el fútbol y otros deportes le dan una libertad a los seres humanos que vale la pena tener. Los hombres corriendo detrás de una pelota se sienten niños otra vez.
Las personas acuden a ver a los jugadores.
Se sientan en las bancas o en las orillas de los árboles.