Los seres alados generalmente son aves, las cuales son vertebrados ovíparos (es decir, que se reproducen poniendo huevos), tienen respiración pulmonar, sangre caliente, plumas y la mayoría de ellas puede volar.
Sin embargo, no todos los seres alados son aves, dentro de estos hay un amplio espectro, algunos de ellos aún no conocidos por la ciencia; existe un sinfín de insectos desperdigados por todo el mundo, por ejemplo.
Asimismo está el murciélago, que es un mamífero que tiene alas y es capaz también, como todos sabemos, de volar.
Un animal que se presta a confusiones en esto de las combinaciones de la naturaleza es el ornitorrinco, que es un mamífero, ovíparo, que posee un pico similar al de un pato –como si fuera un ave, pero sin alas-, anchas patas y que excava agujeros cerca del agua. Las mezclas de características que nos parecen a veces absurdas, en realidad tienen su legítimo propósito. Nada es casual. Todos los seres vivos tienen una función y un destino en el universo. Bueno, es que la naturaleza tiene sus generalidades y también sus excepciones.
En cuanto a las aves, es bueno decir que las plumas de sus alas son algo maravilloso. Pueden distinguirse varios tipos de plumas; están por ejemplo las plumas remeras primarias, que son las más distales y también las más largas; están las remeras secundarias que están más posteriores, pero también más cercanas al cuerpo del animal; y están las cobertoras inferiores, que son plumas más finas y pequeñas.
Un ala extendida de un pájaro grande como el águila real posee una increíble belleza. En un ave rapaz y diurna como ésta, puede llegar a medir hasta 90 cm. Un ave así tiene una musculatura fuerte y con las alas extendidas puede llegar a tener una increíble envergadura de aproximadamente de 2.5 m. En el vuelo son muy hábiles y ostentan una visión muy aguda, aptas para ver pequeños objetos a grandes distancias. Son muy rápidas también, pero con una elegancia casi sublime.
Sin embargo unas alas tan hermosas pueden no sólo causar admiración y placer, sino también temor, como la tarde en que Fátima María miró hacia el cielo.
¿Era un azacuán lo que vio Fátima María aquella tarde? Una niña de esa edad se asustaría con menos.
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1970
Acurrucado sobre un techo de una casa vecina a la casa en donde vivía Fátima María, a unos 25 metros, se encontraba un hombre, si es que se le puede llamar así. Digamos mejor, un individuo con la piel muy pálida, con pies que parecen garras y manos largas y vigorosas. Lo que llamaba fuertemente la atención era su mirada: sus ojos eran grandes y estaban muy separados el uno del otro, ubicados casi lateralmente en el rostro y tenían una expresión como de enojo. Su boca era bastante grande y su nariz, por el contrario, pequeña.
La luna alumbraba suave, la oscuridad gobernaba el ambiente. El viento soplaba como queriendo acariciar. El silencio era casi total. El individuo se mantenía casi inmóvil.
Había, a decir verdad, otra cosa fuera de serie que hubiese llamado mucho más la atención de cualquiera que hubiera visto al sujeto: y era que de su espalda brotaban dos grandes alas emplumadas, con un color blanco, un blanco puro en ciertas partes y en otras un grisáceo tenue.
Este planeta Tierra, como lo conocemos, no alberga dentro de sí a un ser tan misterioso y extraño como éste.
En el Amazonas hay miles de insectos que aún no han sido descritos y clasificados por los científicos. ¿No podría este ser alado ser una especie de bestia de las profundidades de los bosques lluviosos, todavía desconocida, emigrando o viajando tras alimentos o aventuras?
¿Qué era este ser viviente? ¿Se alimentaba de vegetales? ¿O era acaso un depredador salvaje e implacable?
¿Qué estaba buscando en las tierras cuscatlecas?
Escrito por
Érika Valencia-Perdomo
y Óscar Perdomo León