Hay un huevo que se abre para dejar salir una pequeña larva: es un diminuto gusano que no puede ver las estrellas. El gusano rastrero se enrolla a sí mismo en un capullo y se duerme por un tiempo. Sueña que puede volar.
Con el pasar de los días el capullo se mueve y el gusano despierta; se abre paso entre el fino tejido y se escapa de su pequeña prisión.
Al mirarse en el ojo de agua, se da cuenta que se ha transformado en una bella mariposa. Abre sus alas, sonríe y acaricia el viento en fascinante vuelo.
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Texto y fotografías:
Óscar Perdomo León