Ella caminaba por el pasillo de un supermercado. De pronto, en la fila de la caja para pagar, vio a un sujeto que le pareció conocido. Caminó hacia a él y le habló, al mismo tiempo que tocaba su espalda:
-Don Jorge.
El sujeto giró hacia ella y sonrió. Ella tuvo una reacción inmediata de avergonzado asombro. Él le extendió la mano y ella le correspondió con la suya, mientras sonreía sonrosada.
-¿Cómo estás?
-¡Disculpá! Te confundí con alguien. Estoy bien, estoy bien. ¿Y vos cómo estás?
Habían sido novios durante dos años y habían pasado trece años desde la última vez que habían hablado.
Después de ese breve encuentro pasaron varios meses, hasta una nublada tarde de invierno.
Él caminaba, entre el viento que soplaba frío, con pasos rápidos hacia su carro, mientras una tormenta se desataba fuerte y repentina; logró refugiarse en la esquina de un portón café. Unos segundos después una figura femenina llegó corriendo hasta el portón. Era ella que, también buscando su vehículo, había sido atrapada por el aguacero.
Se miraron y sonrieron. Él se acercó hacia ella y sintió su calor y su perfume. Hablaron muy cerquita el uno de la otra, susurrándose al oído. Conversaron mucho y rieron, bajo la fuerte lluvia. Hablaban del presente; pero en sus cabezas los recuerdos eran una película corriendo.
Cuando escampó, se despidieron. Pero antes, él se atrevió a preguntar:
-¿Te gustaría cenar conmigo?
Y ella asintió con una sonrisa.
El sol iluminaba de rojo la piel de ambos. Y a lo lejos, en el ocaso, la esperanza azul y anaranjada se dibujaba excelsa.
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Escrito por
Óscar Perdomo León.
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Fotografías tomadas por O.P.L.
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