Recorre las calles, los parques y las nubes,
camina por la cunetas y los árboles,
respira de todos
la indiferencia
y recibe,
en su rostro,
las salpicaduras de la tos,
de la brusca actitud de los transeúntes.
Ella, que está abierta y pura,
es la invisible
y es el vacío y la nada
y la piedra y el oxígeno.
Canta para no morir,
duerme por obligación,
sin sueño y por cansancio.
Sabe que lo efímero la derrumba
con la zarpa del tigre inevitable.
Mas un día despierta de lo aciago
y se desconoce frente al espejo:
una nueva mirada espontánea
la recoge del fango.
La esperanzada agua
le ha limpiado ya el rostro
y se ve de pronto volando en el universo infinito
al mirar cómo sus propios ojos sonríen
cuando disfrutan
de la alegría
de los otros.
Escrito por
Óscar Perdomo León.
*
En la fotografía:
Melina Balbuena.
Nota. No sé quién tomó la fotografía, pero es muy bella. Y aunque es una imagen no relacionada directamente con el poema, me parece que sí puede haber cierta conjugación afortunada.
***
Muy bueno
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Gracias.
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