Yo estuve con vos en una inmensa y peligrosa selva. Los rumores lejanos, el viento húmedo y fresco, el atardecer doloroso en el cielo, como una gigante y sensible acuarela, los olores diversos impregnando nuestros cuerpos y un claro satélite esférico como un gran ojo celeste atisbando nuestros movimientos, eran una increíble película de aventuras y de amor.
Corríamos descalzos invadiendo rincones florecidos. Observábamos arañas exóticas, tigres acechando en la espesura, aves extrañas y sin embargo hermanas de nuestros corazones. Pero tus ojos maravillados eran una colosal multiplicación de la selva: en ellos viajaban el asombro, la belleza y la energía.
Suspiré, me acerqué a tu oído y dije: tus manos están hechas para sostener las rosas rojas y amarillas, las salvajes ixoras o el amor abriéndose como un tierno capullo.
Entonces te volviste y miraste fijamente mi rostro. Abrí mis ojos y, sorprendido, me di cuenta que no estaban a mi alrededor ni vos ni la selva. No había nada. Sólo la oscuridad y mis latidos.
*
Escrito por
Óscar Perdomo León.
***
NOTA. Este texto lo escribí hace 33 años.
***
Hermoso. Caramba, compañero, deseo de veras que desde entonces encontraras como regresar, al menos de vez en cuando, a esa selva de sentimientos primigenios; ojalá todos lo hiciéramos. Muchas gracias y un abrazo.
Me gustaLe gusta a 1 persona
Muchas gracias, Lothrandir. Abrazos.
Me gustaLe gusta a 1 persona