ISABEL y ROBERTO


Mujer frente al espejo Konstantin Razumov

-Ya no creo más en Dios.

-¿El qué? –preguntó Roberto, intrigado, con esa esa expresión y ese tono tan salvadoreños.

Isabel y Roberto estaban acostados el uno junto al otro. La habitación tenía un ambiente íntimo.

-Me pasó algo fascinante –continuó Isabel- en un día inolvidable, en un día cargado de amor y de sana locura. Me la he pasado pensando tanto. Me siento como liberada, como un ratón que logra escapar de la trampa y al salir de ella se da cuenta que en su corazón hay un león salvaje, un majestuoso delfín o un sagaz halcón.

Isabel, parecía estar en místico trance o como perdida en el tiempo y el espacio, y a su vez, su discurso era extrañamente lúcido. Roberto guardaba silencio, mientras la observaba bajo la luz de la luna, deslumbrado por su belleza. (Como telón de fondo sonaba suavemente «Réquiem», de Branford Marsalis: la percusión casi oculta, el bajo adecuado, el bellísimo solo de piano y el saxofón tenor se entremezclaban con las palabras de Isabel). Con los ojos brillando, hizo una breve pausa mientras acariciaba la mano de Roberto y continuó.

-Me he pasado, la mañana y la tarde pensando, durante varias semanas o quizás meses o tal vez años  –continuó Isabel, esta vez casi en un susurro- y ya no creo más en Dios.

Nunca nadie sabe cuándo empiezan en el subconsciente a removerse piezas que creíamos rígidas y fijas, piedras o estelas, rocas duras y ásperas; nunca nadie sabe cuándo un volcán despertará en lo más profundo de nuestros corazones.

Sus ojos miraban con ternura y tranquilidad a Roberto.

-¿Ya no creés más en Dios? ¿Te molestan las religiones?

La luna seguía alumbrando. El contorno de la piel deseable y plateada de Isabel, bajo la incesante luz que irrumpía a través de la ventana, le hacía guiños y sonrisas a Roberto. El sudor de su piel, originado al hacer el amor, se secaba lentamente con la brisa fresca que penetraba a la casa.  Ella se levantó de la cama. Le respondió a Roberto con un tono fraterno y con palabras íntimas, mientras se retocaba los labios y se miraba a sí misma frente al espejo

-Bueno, no quiero que me malinterpretés, no soy enemiga de las iglesias o de las religiones; mi ateísmo es diferente al de nuestra amiga Marisela. Por ejemplo yo admiré y sigo admirando mucho a algunas grandes personas creyentes, como Mahatma Gandhi o monseñor Óscar Arnulfo Romero. Pero lo que te quiero decir es que Dios sólo existe en la mente humana. Dios es voluntad, inspiración, fuerza de espíritu.  Es decir, yo he logrado abandonar la idea de que Dios existe, tal y como comúnmente se conoce o se cree conocer –un ser sobrenatural, omnipotente, omnipresente, etc.-. Lo que tuve fue algo así como un viaje oblicuo, una mirada de lado y hacia arriba, un espacio que se abrió, una luz nunca vista, en plena madrugada, un espacio abierto que daba alegría y asombro al saber que existía un camino brillante en el que el temor desaparecía; todo adentro de mi cabeza, pero todo en relación con el medio ambiente exterior. La cortina que ocultaba lo prohibido cayó arrugada; levanté la cortina y vi que aunque ya no podría ocultar más lo que solía esconder, era una bella cortina, llena de pasado y riqueza espiritual, era una tela de colores que muchos todavía quieren seguir teniendo y mirando y eso está bien si es eso lo que ellos desean. Yo por mi parte ya no tengo miedo de morir aunque no quiero morir; pero comprendo lo natural del proceso. Las plantas y los animales, los humanos, el sol y las otras estrellas, cada uno vive la vida que le toca y de la forma que quiere, cada quien vive el tiempo corto o largo según la especie y el género. Como dijo un gran escritor: “El chantaje del cielo ya no me conmueve”. Los seres humanos nacen, lloran y respiran, húmedos, tras su traumática salida a través del canal del parto, llenos de líquido amniótico y de sangre, buscando el aire desesperadamente; luego crecen, juegan y aprenden, piensan e inventan dispositivos, crean música, escriben libros y se embriagan con todas las demás artes, que como dijo Roque Dalton: “oh momento mágico, oh poesía de hoy, contigo es posible decirlo todo” y Shakespeare expresó: “el corazón del hombre es como un pequeño reino presa de la insurrección” y Pablo Picasso emitió con fuerza su palabra diciendo: “el arte es una mentira que nos acerca a la verdad”. Y enfrentados a la verdad de la vida los seres humanos trabajan y comen, comen y trabajan, trabajan, comen y duermen, tienen sueños y pesadillas, despiertan, trabajan y comen y luego nuevamente a trabajar, a soñar y a pensar. Muchos buscan afanosamente divertirse de las más variadas formas, en los sitios más concurridos o en las abandonadas tardes de una esquina cualquiera o buscan sólo perder el tiempo plácida o dolorosamente, disfrutan su gozo, disfrutan su pena; muchos otros se aburren inevitablemente por falta de imaginación y entre todos los seres vivos primitivos o complejos, los seres humanos son al mismo tiempo valientes y admirables, viles y cobardes, realizan las hazañas más increíbles como ir a la luna, derrotar de una pedrada a Goliat o sacar a los ingleses de la India a través de la resistencia pacífica, y así también los seres humanos ensucian su conciencia y la belleza ejecutando los más inconcebibles atropellos, como llevar a la hoguera a Juana de Arco (y a otros miles de hombres y mujeres), como exterminar a ciento cincuenta millones de negros durante la esclavitud en Estados Unidos o asesinar sistemáticamente en la década de los  ochenta en El Salvador a quien no pensara igual que uno. Y entre la grandeza y lo diminuto, entre la hipocresía y la sinceridad, los seres humanos continúan con su rutina y se continúan endrogando con todo tipo de sustancias materiales o espirituales y casi-casi también como los animales buscan su alimento y buscan sus parejas; los machos humanos son atraídos por las feromonas (y por otras delicias sexuales) hacia las hembras y éstas se ven fascinadas por el poder y el dinero o por las dulces palabras y los actos amables de los machos y luego, unos y otros, hombres y mujeres, copulan por placer o por amor. Comen, copulan y trabajan, se reproducen a mares una y otra vez y una y otra vez copulan y trabajan y vuelven a trabajar, hasta que el tiempo de la carne llega al punto de la flacidez y la soledad, al turno del olvido, la memoria y la nostalgia, a la estación del llanto y del dolor… y cuando la carga crece como una montaña en sus corazones humanos, la muerte aparece como un rico manjar ensordecedor e implacable, incolora y sin sabor, la esperada muerte que alivia todas las penas y dolores y arrebata así también toda la alegría y la felicidad del recuerdo; es el morir tan necesario como el nacer; morir es transformarse, es ser alimento de otros, es renacer, totalmente inconsciente, en mínimos fragmentos, en la sangre y en las células de otros…

Texto:

Óscar Perdomo León

Pintura hecha por Konstantin Razumov.

2 respuestas a “ISABEL y ROBERTO

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