SUSANA


Casa

«Susana es una bella mujer. Su cabello rubio me gusta tanto, parece que tuviera lingotes de oro finamente derretidos sobre su cabeza…  (Es quizás la sensación subconsciente de vivir en un país en donde las verdaderas rubias naturales son relativamente escasas y hay por el contrario una excesiva abundancia de falsas rubias, de cabellos teñidos,  la mayoría de veces con muy mal gusto.) Me gusta acariciar su cabello y pasarlo por mi rostro, tocar la suave piel de su cara nunca maquillada, sentir la tímida mirada de sus ojos verdes y tocar sus manos. ¡Es tan inocente! Ella, que sólo tiene 20 años de edad, me abraza el cuerpo como quien está a la orilla de un precipicio y no quiere caerse. He podido sentir su olor virginal, lleno de juventud…»

Susana vivía en el campo. Estudió hasta segundo grado de primaria y su lenguaje era sencillo. Podía leer con dificultad y escribía con una pésima ortografía. Cuando conoció a Alfredo se sintió atraída por su conversación de hombre de ciudad. Tuvo mucha curiosidad. Ella había nacido y  crecido en un cantón refundido y perdido de San Miguel, un lugar donde no llega el periódico, pocas tienen un televisor y todos tienen un radio. Alfredo había llegado a conocer un territorio y conoció a esta preciosa muchacha;  la primera vez que se vieron ella casi lo llamó con la vista, en el bus lleno de hombres con sombrero, y él se acercó para  platicar (fue una atracción a primera vista); las piedras y el polvo del camino no le molestaron a Alfredo; el rostro angelical de Susana era un aliciente poderoso. El bus recorrió varios kilómetros antes de llegar a la orilla del río Lempa. Allí había una lancha grande en donde cabían dos vehículos. La vista era espectacular. La naturaleza había hecho que junto a un río caudaloso crecieran cerros verdes y cafés. Unas garzas volaron majestuosas sobre sus cabezas.

Al llegar al pueblo, Alfredo se instaló en la casa de una señora muy amable llamada Carlota, quien le alquiló un cuarto y le vendió comida. Pronto se corrió la voz en el pequeño pueblo que un doctor había llegado.

La gente del campo suele ser amable y espontánea. Y esto lo tenía muy en cuenta Alfredo y lo apreciaba. Muchas semanas después de hablar con Susana y tomar su mano y besarla, decidió ir a visitarla a su casa. Preguntando y preguntando dio con la dirección exacta. Por supuesto que todo el cantón y el promotor de salud se enteraron inmediatamente. (“El doctor fue a visitar a la hija de la Juana.”) Cuando llegó, vio que a  la entrada de su casa había un jardín en el que parecía que se habían invertido muchas horas de trabajo y amor.

-Buenas tardes…     Buenas tardes…

-Pase adelante. ¡Adió, no lo había conocido, doctor! Entre pa´ dentro, no se quede afuera.

-Muchas gracias, niña Juana. Qué bonito tiene aquí.

-Ay, doctor, esa es mi «entretención», cuidar las plantitas.  Y a veces estas cipotas me ayudan un poco. Siéntese.  ¿O se quiere recostar en la hamaca?

***

DIGRESIÓN JUSTIFICADA.
Las hamacas son extremadamente comunes en el oriente de El Salvador. En el departamento de San Miguel no he entrado a una tan sola casa en donde no haya una hamaca. Las hay grandes y pequeñas. De colores diferentes y texturas variadas. En los pequeños pueblos las personas acostumbran dormir en estas relajantes camas colgantes; y hacen bien, el calor de los días y las noches es insoportable. Así que la gente duerme aireándose y meciéndose, en una forma de  tierno y maternal arrullo. Se puede dormir con la espalda ovalada o por el contrario, puede uno poner su cuerpo casi de una forma transversal a la hamaca, de tal manera que la espalda quede recta, evitando dolores por la mañana. La habilidad de usar las hamacas es tal que es infrecuente que un niño se caiga de ellas y muchas personas comen sus alimentos subidas en ellas. Y por supuesto, no se puede dejar de mencionar que hacer el amor en una hamaca requiere de práctica y de mucha motivación o, como es usual por estos lugares, hacer el amor en una hamaca es una necesidad y casi una obligación. Hay varias posiciones sexuales que se pueden ejecutar en una hamaca, de las que espero poder hablar en otra ocasión.

***

-Es usted muy amable, niña Juana, pero en este taburete estoy bien. (Silencio un poco incómodo y anti-diplomático).

-¿Está Susana?

-Sí, creo que por ahí anda esta muchacha. ¡Susana! -gritando a todo pulmón-.       Ah, aquí viene, con permiso, voy a ir a hacer unas cosas.

-Es propio, niña Juana, pase.

Susana estaba entre asombrada y alegre. Acababa de bañarse y se veía tan limpia y joven que Alfredo quedó extasiado. Más que hablar entre ellos, se miraron mutuamente, a los ojos, al cuerpo, a los gestos…

-Me alegro que haya venido. Se siente bien raro porque desde que mi papá murió, casi ningún hombre ha entrado a esta casa.

-Entonces soy un privilegiado   -le contestó Alfredo-.  Y…  ¿cuándo murió su padre?

-Hace cinco años. Le dio un ataque al corazón y se murió bien rápido. Yo nunca había sentido tanto dolor como ese día…

Luego Susana lo invitó a caminar por los alrededores de su casa.

El objetivo era alejarse un poco de su madre y tener un poco de privacidad; aunque también había que burlar las miradas entrometidas de sus hermanas. Caminaron y caminaron y cuando se habían alejado bastante de la casa, cerca de un árbol de mango y a la sombra de unos pepetos, Alfredo besó a Susana. Muy pronto estuvieron retozando sobre la hierba viva, entre ignorados insectos y con algo de polvo en los cuerpos.

Susana no era virgen…

Escrito por

Óscar Perdomo León

Fotografía por

Óscar Perdomo León

***

2 respuestas a “SUSANA

  1. Muchisimas Gracias por tan bella historia de amor. Gracias de igual manera por seguir publicando en tu sitio web que tiene tantas historias amenas para leer en cualquier momento.

    Me gusta

Deja un comentario

Este sitio utiliza Akismet para reducir el spam. Conoce cómo se procesan los datos de tus comentarios.