El mediodía tenía un sol tan intenso que su reflejo llenaba todos los rincones de la casa.
Encendió un quemador de la cocina y colocó su cacerola favorita. Una cantidad generosa de aceite de oliva, cebolla picada, chile verde en trocitos cuadraditos, tomate en julianas y una pizca de sal y pimienta negra.
Una llamada en su teléfono lo desconcentró de sus pensamientos culinarios.
-¿Vas a venir? A las 4:00 pm ya voy a estar en mi casa.
Una voz femenina, con una dicción perfecta y con adornos de dulzura, pero que no se andaba con rodeos -algo verdaderamente sensual- es lo que escuchó en su teléfono celular. Su voz le sonó como un escopetazo que asustaba a un puñado de palomas. El corazón le dio vueltas. Esa manera directa de decir las cosas es algo que lo había enamorado desde el principio.
Recordó que cuando la conoció, ella parecía muy intrigada, tenía una curiosidad por él que no trataba de disimular. Eso a él lo incomodó. Se encontraban en la sala de espera de una compañía telefónica y estaban sentados el uno junto al otro. Ella inició la conversación. Al principio el tema fue muy trivial, pero pronto –y eso le gustó mucho a él- los temas rondaron el arte y la política.
La segunda vez que se vieron, por casualidad también, ella, sin que él se lo pidiera, le dio su número de teléfono. Esta vez fue en una pizzería, ambos esperaban un pedido para llevar.
Con los días, los mensajes por WhatsApp se volvieron frecuentes entre ellos. Pronto salieron a comer juntos y el amor –o lo que quiera que sea esa atracción inexplicable- se posó en los corazones de ellos.
La intimidad hasta ahora había sido siempre explosiva, húmeda y tierna.
Lo que más lo sorprendía es que ahora, viudo y solitario como la luna, a sus avanzados 62 años, se hubiera vuelto a enamorar, y justamente de ella, de una bella mujer de 60 años, que hace apenas unas semanas era una completa desconocida. Y ahora sentía que era su alma gemela.
Después que murió su esposa, hace diez años, pensó que la soledad siempre sería su compañera. Pero nada es para siempre.
-Sí, sin duda. Llegaré como a las 5:30. Antes no puedo.
-Me parece bien. Te voy a cocinar algo rico. Adiós, corazoncito.
-Adiós, amor.
Colgó el teléfono. Se sentía emocionado como un adolescente. Se sentía muy vivo. Se sentía vivo y feliz. Abrió la puerta de la refrigeradora para sacar un queso y un jamón, y al cerrar la puerta sintió un dolor repentino en el pecho, agudo y potente, que le cortaba la respiración. Se mareó y desplomó de golpe al suelo. Su corazón se detuvo y ya no saborearon el aire sus pulmones. Sus pupilas dilatadas parecían decir, irremediablemente, que nada es para siempre.
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Escrito por
Óscar Perdomo León
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Aunque con final trágico es muy bonito.
Muy buen post!
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Gracias, lustysecrets.
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