Caminé sobre el atardecer y miré de cerca
los rosas y morados,
los anaranjados y amarillos,
los rojos y marrones,
y todos los tonos intermedios
de esos colores que palpitan brevemente
antes de que el sol
se apague.
Todos tenían cuerpos suaves y moldeables.
Me prendí de ellos como abeja al néctar.
Me abrace a ellos y ellos me abrazaron.
Me deslicé para besar, lamer y acariciar.
Supe entonces que saben a fresas y vainilla.
Pero, transitorios como son,
después de unos minutos
me soltaron de golpe
y como humo se esfumaron
de mis brazos.
Desde muy alto descendí
en caída libre,
pero con la suavidad de una pluma,
sobre la realidad de tu bosque
amarillo
y me aferré a la noche
de tus ojos.
*
Escrito por Óscar Perdomo León.
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