UNA CUEVA
(Que pretende ser un dormitorio… 3:20 p.m.)
El teléfono insistente sonó dolorosamente y Roberto levantó el auricular con cierto desgano.
-Aló…
-Disculpame, por favor, Roberto, no pude llegar, tuve un contratiempo ineludible…
-No importa, Isabel, no hay problema…
-¿Estás enojado? ¿Cómo te sentís?
-No sé… Me siento bien y me siento mal. No sé en realidad. Es algo parecido al infierno, como estar a pleno sol en medio de una trabazón vehicular. Y al mismo tiempo siento como estar entre las piernas de quien se ama. No sé… Me siento adolorido pero también me siento grande, sereno, me siento tierno y me siento original… ¿Has oído la composición Cassandra del disco Réquiem de Branford Marsalis?
-Sí, es una de mis favoritas.
-Bueno, entonces ya tenés una idea de cómo me siento.
-Sí, sí, trato de entender, Roberto, estoy tratando de entender… Pero dejame que llegue a tu casa. ¿Estás solo, verdad? Quiero ir a tu casa. Es más, ya voy para allá. Te quiero abrazar y besar y… quisiera estar más, mucho más cerca de vos…
-¿Más cerca? ¿Más aún de lo que estás en mi cabeza y en mi corazón?
-Sí, Roberto. Te quiero…
-Yo también te quiero, Isabel. Te espero entonces…
Roberto, mareado y confundido, pensó automáticamente unas palabras que estaban entre el sueño y la vigilia:
«Gris y negro, perla y rojo, azul oscuro y gris azulino. Una niebla plateada y espesa ciega mis ojos. Un enorme tambor suena en mi cabeza y un olor agrio y húmedo me inunda y me golpea… Caries dentales arriba y abajo, tumores malignos creciendo, abscesos sanguino-purulentos se derraman, fiebres agotantes galopan como fieras salvajes, dolores artríticos deformantes se pegan como hiedra a la piel y a los huesos, lluvias torrenciales que inundan casas y derrumban paredones, calientes sequías debilitantes, besos falsos y promesas rotas, terremotos destructores… Arrugas. Llanto. Juventud cortada de filo bruscamente. Impolutas rosas se marchitan. Amores que eran para siempre, se desvanecen como el humo en el aire… Todo lo devora el tiempo. Absolutamente todo. Y todo lo devora tu partida. Estoy rodeado de mil personas y la soledad que me carcome es más real y ardorosa que todo el monótono bullicio. Chet Baker toca «Autumn leaves» y «The wind» y las toca para mí, para mi alma, para mis largos dedos que no te alcanzan, Isabel. Cráneos, tierra y barro pegados a la piel. La muerte toma a varios de un solo tajo. Despierto entonces aterrado y sudoroso, con la boca seca… Cada noche o madrugada entre pesadillas y sueños, vos, Isabel, te me aparecés como un chispazo fantasmagórico. Un cigarrillo encendido corrompe el aire. Aspiro profundamente y el humo llena mis pulmones. La luz del foco que dejé encendido parece un sol y mis ojos tienen llamas…»
Roberto, sudoroso y agitado, abrió sus ojos. Miró su habitación colmada de soledad.
Isabel no llegaría…
Escrito por
Óscar Perdomo León
Fotografía tomada por:
Óscar Perdomo León
***
Waoooo que bonita la forma de escribir. Sigue publicando.
Me gustaMe gusta
Muchas gracias, Rodolfo.
Me gustaMe gusta