Ahora que lo he perdido
puedo ver en todas partes
las facies del amor.
Estuvo siempre ahí, constante
y presente,
con su rostro inconfundible, pero vedado
para mis pupilas primitivas.
Su rostro estuvo en una
y en muchas mujeres.
Y en todas, como en la misteriosa, la efímera rosa,
en sus bocas
estaban presentes y camufladas
la espina y la sonrisa.
Ahora que he perdido a mi amor
me duele el recuerdo de las sonrisas
y de la piel me brota y gotea un líquido rojo y espeso:
las espinas me rayan profundo,
hasta la dermis,
para que la cicatriz se forme
como una memoria tangible,
como una prueba irrefutable del beso
y el amor
perdidos para siempre.
Y sin embargo,
abro los brazos al futuro
y recibo los nuevos ojos
y la nueva boca
(sensual como un pétalo)
para que retocen junto a mi rostro
que aún brilla
de esperanza.
***
Escrito por
Óscar Perdomo León