Todo lo echamos a perder.
Dejamos que la hierba buena se secara
y que la veranera se ahogara
en su propia aridez.
Yo veía impasible crecer
las telarañas en tu corazón
y vos mirabas
indiferente
como el pavimento de mi cabeza
se llenaba de una polvareda
rancia.
Ninguno de los dos
luchó con ganas
por quitar la maleza venenosa.
Y entonces
sobrevino lo indeseable…
Aquel último beso que te di,
con mi más sincero amor,
desapareció en el aire
de tu simulación.
Es que como un alud
imparable
lo echamos todo a perder.
Hoy el pasado es sólo
una ventisca
sucia y dolorosa.
La culpa fue mía.
La culpa fue tuya.
Ahora me cuesta
mantener la cordura…
Porque después de estar tan decidido a perderte,
tengo de vez en cuando retrocesos en disconformidad.
Mas vuelvo obligado, una y otra vez,
a retomar
el único camino posible:
el de intentar borrarte de mi memoria.
Por eso hay momentos en las noches,
cuando la soledad sobre mi cabeza es un manto infinito y oscuro,
en que la demacrada esperanza
se balancea inestable,
deseando solamente que,
en los días que vienen,
la muerte o el olvido
(uno de los dos)
me abrace
por fin
con su obstinada
y letal potencia.
***
22 de octubre de 2015.
***
Escrito por
Óscar Perdomo León