Sentado en un rincón de la vida,
en un lujoso palco privilegiado,
acompañado por el silencio, la mirada crítica
y el corazón abierto al universo,
miré a mi familia, a los amigos y a los amores
pasar,
como en un desfile cristalino.
¡Cuánto me regocijé!
Para mirar bien,
tuve que cerrar los ojos
y abrir los sentidos del cariño y la lógica.
Ambos colisionaron inevitablemente
pero sin causarse daño entre ellos:
el equilibrio y la comprensión los protegían.
Y en la avenida de la realidad soñada
cruzaron la féminas, con sensuales pasos firmes,
bellas, deseables y caprichosas…
¿A cuántas mujeres he amado de verdad?
Me sobran dedos de la mano. Y sin embargo muchas ramas
del árbol de mi corazón, están llenas de nidos
de encanto y de lujuria,
de labios rojos y vanidosas miradas.
Mas sólo tres muchachas
lograron detener mi respiración.
Vi también a mis hermanos y a mi madre. Eran como células,
corriendo y girando en mi sangre:
siempre presentes,
siempre oportunas.
Mi padre, que había fallecido prematuramente,
navegó vívidamente sin embargo
ese día, frente a mis ojos.
Y luego vi dos delfines que flotaban en el aire
y que cambiaban de forma constante;
se convertían en tulipanes y rosas acuáticas:
eran mis dos hijas,
iris de mis ojos.
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Escrito por
Óscar Perdomo León
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Fotografías tomadas por
Óscar Perdomo León
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