Me gustaría ser una despreocupada, como lo es el Conde, ese singular novio que tuve y con el que todavía nos vemos a veces, pero ya sólo como amigos, y a veces –lo confieso- como amigos con derecho.
Lo prefiero así.
Lo que me gusta de él es su facilidad de atrapar la alegría en las cosas más superfluas; es un hedonista descarado que cuando nos encontramos me hace pasar buenos momentos. Y copular con él, eso también es bueno. Quizás porque él es un adicto al sexo y cuando lo hace, de verdad se entrega con todo.
El Conde era mi pareja ideal por las noches; salíamos a los bares a tomar cerveza y platicábamos de cosas básicas de la vida. Cualquiera que tenga los temas de conversación que él tiene es capaz de aburrir a alguien como yo, y sin embargo nunca me aburría de él. Creo que su actitud divertida ante la vida es para mí como un somnífero para mi dolor y despierta en mí la mujer que quiere bailar, reír a carcajadas y gritar de felicidad. Pero ese no es mi yo verdadero. Y lo sé bien. Mi tendencia a la seriedad ha hecho que en verdad nunca me haya podido enamorar de él, por eso rompí con él. Pero, como les digo, lo considero un amigo muy especial porque tiene ese aire de estar siempre feliz, con esa apariencia de estar como desinteresado de los problemas del mundo, aunque en el fondo no sea cierto; pero el Conde me transmite sus sentimientos de tranquilidad de una manera tan fluida y natural que yo me relajo y gozo con cada cosa, con cada frase, con cada broma que se inventa; estar con él siempre ha sido para mí una buena excusa para disfrutar sin motivo, sólo por el hecho de estar viva.
Ahora bien, lo negativo de él es que posee dos características preocupantes: es encantador y al mismo tiempo carece casi totalmente de empatía. Su egoísmo a veces puede ser muy radical. A veces pienso que el Conde podría tener algún tipo de psicopatía no diagnosticada.
Es fuerte, porque le gusta levantar pesas y hacer ejercicios aeróbicos. Tiene mucha voluntad para hacer deportes. Y la tiene porque posee algo muy poderoso que lo impulsa: la vanidad.
Siempre tiene una sonrisa y es atrayente para sus interlocutores; mas un cerebro agudo pronto se dará cuenta de su superficialidad en ciertos aspectos. Y aunque en sus argumentos haya siempre algo de futilidad, el Conde tiene algo que lo protege: su lenguaje, su habilidad para hablar con gracia y convencer, su actitud.
También he llegado a pensar en una hipótesis. Quizás debajo de toda esa aparente superficialidad, lo que hay en realidad es un verdadero temor a ser lastimado. Sé que amó mucho a una mujer que lo engañó y abandonó por otro. Así que esa fama de mujeriego y de gran caballero dominador de chicas, no es más que su refugio, su escondite para no mostrar su verdadero rostro.
Yo lo considero mi amigo, porque juntos hemos pasado muchas cosas. Tengo numerosas anécdotas sobre él y yo. Recuerdo que una tarde, a la hora del ocaso, me dijo que quería fumar mariguana.
-Yo también. Pero ¿y dónde la conseguimos? –le pregunté.
-Mirá, Alejandra, hay un amigo en un cantón que cultiva su propia hierba, no para vender, sino para su consumo personal.
No tuvo que decírmelo dos veces. Nos fuimos a la casa de su amigo. Para llegar tuvimos que atravesar un lodazal en donde mi carro se atascó. Después de varias maniobras, logramos avanzar y llegamos.
Dos “jalones” le di a la pipa. Y Luego la volvimos a recargar y le di dos más, con aspiraciones profundas. ¡Fue suficiente para que se me durmieran las piernas!
Nos fuimos para mi casa y terminamos riéndonos sin razón y comiendo pan con mermelada de fresa.
Fumar esa buena hierba da al principio una sensación de paz, de calma; y al fumar más, pero con mínimos intervalos, te puede dar ciertas alucinaciones y también euforia. Escuchás cosas, mirás cosas, detalles sonoros de los cuales nunca te habías percatado. Es como una amplificación mejorada de todo lo que se te pone enfrente. Es como estar enamorada; pero no de nadie en especial, sino de todo el mundo.
No trato de hacer una apología de la doña Mary Jane. Hay que entender que todo, todo en exceso es malo. Pero en verdad ese día la pasamos muy bien.
Me gustaría ser como el Conde, he dicho; pero he recibido algunas tormentas en mi vida y eso me hace ser diferente a él.
Y les digo, con toda certeza, que a veces es bueno recibir golpes. ¿Y saben por qué? Porque el dolor nos transforma. El corazón se vuelve disímil, se acomoda y se pone alerta, como las presas en la selva, que olfatean a sus depredadores.
Escrito por
Óscar Perdomo León
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Imagen: El beso. Escultura hecha por Yves Pires.
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