Esa estrella gigante,
llena de vida y energía,
nos da la ocasión
cada mañana,
de perdonar y olvidar a quien nos hiere,
de escuchar la más bella música
o de hacer un favor a alguien…
Nos da el poder
de mirar con ojos profundos
nuestros propios defectos.
.
Para los Mayas
y otros pueblos antiguos,
esta luz tibia que viene de muy lejos
fue un dios:
Horus, Utu, Helios, Inti,
Xué, Tonatiuh, Magec…
.
Era el sol
la germinación de la existencia,
el padre de todo ser vivo.
.
Ahora,
nosotros,
los humanos del siglo XXI,
ya no lo miramos como un dios,
pero igual sabemos
que es lo más cercano que tenemos
a una deidad.
Y lo observamos con asombro,
con una mezcla infantil
-casi irracional-
de miedo y cariño…
.
Emergiendo
del horizonte
que lo engulle cada tarde,
el astro luminoso más cercano
nos señala también,
con sus rayos
rojos,
nos proporciona la oportunidad
de abrir nuestro corazón,
cada día,
a los nuevos vientos
que nos palpan
y despiertan
el rostro
y la esperanza.
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Escrito por
Óscar Perdomo León
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Fotografía por
Óscar Perdomo León
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